sábado, 6 de julio de 2013

Metamorfosis

Alma marchita, cuerpo exhausto.



—¿Me seguís amando?
—Sí.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Por qué hacés esto?
—Porque quiero.
—¿No querés tener nada conmigo?
—No.
—Pero decís que me amás.
—Y lo hago.
—¿Entonces?
—No perdono, Manuel. No está en mi naturaleza pasar por alto las cosas que me lastiman para seguir adelante. No soy así.
—Por ese radicalismo ridículo te vas a quedar sola.
—Sos un genio. Nunca había pensado eso.
—No necesito el sarcasmo.
—Y yo no necesito las lecciones de moral.
Manuel respira profundamente llenándose de paciencia. Yo sigo fumando.
—¿Por qué no puede ser fácil la cosa?
—Conmigo nada es fácil. Nunca.
Arrugo la colilla contra el brazo de la silla, pero esta vez ni se molesta en detenerme o regañarme.
—Sos muy buen catre, tengo que admitirlo. —Suelto—. Sos muy bueno... pero no quiero sólo eso en mi vida. Para un buen orgasmo tengo mis manos, la verdad.
—¿Qué querés entonces? —me pregunta.
—Quisiera un hombre de esos que aceptan libremente sus emociones, no un adolescente de 40 años que se esconde de ellas tras una pared de sexo anónimo y superficial.
Suelta una despectiva carcajada.
Yo le sonrío.
—Me da ternura tu ingenuidad —digo—. Así como a vos te daba cruel ternura la mía. Son ingenuidades diferentes, pero igualmente estúpidas. Igualmente destructivas. Vos vas a quedarte solo por no querer nada, yo voy a quedarme sola por quererlo todo.
 

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