martes, 13 de agosto de 2013

De madrugada.

Ectoplasma.



—Beto.
—¿Qué?
—¡Son las dos de la mañana!
—¿En serio? —Dice como si de verdad no lo supiera—. Pensé que eran las tres.
Su descaro me arranca una sonrisa soñolienta.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—Estoy cocinando.
—¿Por qué?
—Porque tengo hambre. Uno suele cocinar para comer, y uno come cuando tiene hambre.
—Tu lógica no tiene falla, pero saber toda esa mierda no me saca de la duda.
—¿Cuál duda?
—¿Por qué putas me llamás a las dos de la mañana?
—2:15 según el reloj del microondas.
—¡Beto!
—Mujer, ¿te llamo al fijo? Se me van a acabar los minutos y no tengo como recargar.
—Muerto de hambre.
—Ya te llamo.
Salgo de la cama tan rápido como puedo para contestar al primer timbrazo.
Lo siguiente al innecesario: “aló”, es probablemente el mejor madrazo en la historia de la humanidad.
—¿Qué?
—¡Me corté! ¡Hijueputa!
—Lavate.
—No, mujer. Voy a meter el puto dedo a la caneca de la basura.
—Andate a la mierda, Beto.
—A vos que te mandaron antes, ¿cómo llego?
Cuelgo el teléfono antes de una réplica que no quiero dar.
Segundos después suena de nuevo.
Acepto la llamada, pero no hablo.
—Tan grosera —dice él.
Me quedo callada.
—Vale, pues. La cagué.
—He soportado tipos que la cagan todo el tiempo, Beto, y a vos ni siquiera te quiero.
—No te pegués de maricadas, mujer. No lo vuelvo a hacer, y ya.
—¿A qué debo el honor de tu llamada?
—Ah, me encanta el olor de sarcasmo a la madrugada.
—¿Por qué la urgencia? ¿No podías esperar hasta mañana?                    
—No es urgencia. Sólo quería hablar con vos.
—Okay —digo.
—Me está saliendo sangre.
El tono serio con el que hace el comentario me hace reír.
—¿Y qué esperabas?
—A estas alturas de la vida, ectoplasma o algo.
Sí, probablemente si un ser humano tiene ectoplasma en las venas, es uno como él.

Un año después.



"Te vi hace una semana y, para serte sincera, esperaba verte abandonado... pero... maldita sea, ¿Cómo podés verte tan hermoso? Estabas sentado en la cafetería cerca a la universidad, leyendo una revista y tomándote un capuccino. Sos mi fetiche. No puedo controlarlo, es más fuerte que yo. No cortés tu pelo... ni tu barba... al fin te ves como el hombre que se supone que sos. Me siento orgullosa de vos y en igual medida, me siento avergonzada de mí misma. Parezco en shock... "¿Crisis nerviosa?", me preguntan. Mierda... ¿Qué dirías vos? Debí ponerte en una bóveda, como sugeriste esa vez... Te vi por casualidad y me enfermé. De manera metafórica, claro. Sos la única persona que logra eso en mí... me enfermás... todavía. Como sea, te quiero y espero que estés bien. Malditas casualidades, tengo que aprender a evitarlas. Cuidate, un beso." —dice una sintetizada voz femenina grabada en la contestadora.

Es la voz de Helena.

Él observa el aparato con hastío, suelta una ronca carcajada, y oprime el botón para eliminar el mensaje.
No era cappuccino, era Irish coffee —susurra.

Se da media vuelta y apaga la luz de la habitación dejando atrás gran parte de su pasado.
Ahora, sólo vive su presente, esperando un oscuro futuro que se cierne sobre él como el abrazo de una amante.


domingo, 4 de agosto de 2013

Alas Rotas.


El Purgatorio. Batalla entre el Cielo, y el Infierno.



Mientras combatía con sus enemigos, el Arcángel Miguel, General de la Armada del Paraíso, respiró profundo y observó como la demoníaca bruma negra que dejaban los malignos al morir, se mezclaba de forma inevitable con el polvo plateado en el que se transformaban los espíritus celestes.
Por un segundo pensó que básicamente eran las mismas criaturas con diferente núcleo; Ángeles y Demonios provenían de la misma fuente, como... hermanos, así que no podía evitar cierto dolor mientras atravesaba sus cuerpos con su espada y cortaba sus cabezas con su Katana. Pero era necesario para salvar a la humanidad de un futuro peor que su presente. Suficiente tenían los hombres y mujeres con tomar malas decisiones, y dejarse influenciar negativamente por los medios de comunicación y sus propias vanidades; no necesitaban ayuda extra para terminar de transformarse en los monstruos que algunos en efecto ya eran.
—General —dijo el Arcángel Zadquiel sacándolo de su ilusión, mientras la bruma negra del Demonio que acababa de decapitar se disolvía en el ambiente.
El Guerrero tenía un modo bastante... peculiar de hacer las cosas.
Armado con una Ballesta además de su espada, podía herir a sus objetivos a larga distancia, y luego acercarse para terminar con ellos. Sin embargo, no se conformaba con eso. Antes de aniquilarlos, y comportándose de forma heterodoxa para un ente celestial, el Arcángel retiraba sus flechas del cuerpo de su víctima, duplicando el dolor pre mortem. Tal vez el interceder ante el Jefe por los pecados de los humanos, lo tenía más amargado que de costumbre.
—¿Sí, Guerrero? —dijo Miguel.
—¿Es eso lo que creo que es? —preguntó Zadquiel dando una cabezada hacia lo que parecía ser un magnífico Demonio envolviéndose en sus alas para protegerse del ataque de un Guardián. La criatura se descubrió justo en el momento exacto para perforar el estómago del Ángel con un elegante puñal de Metal Rojo, el único material capaz de aniquilar espíritus del Paraíso con sólo un corte superficial.
Gracias a su ausencia de casco, ambos Arcángeles pudieron percatarse de que el parecido de aquel ser con su otrora hermano Luzbel era impresionante...
—Sí, Z —dijo Miguel—. Es uno de sus hijos.
Zadquiel envió una ráfaga de flechas hacia un demonio a su lado derecho.
—¿En qué rayos estaba pensando él al enviarlo al frente? —preguntó.
Miguel observó los ágiles movimientos de la criatura al aniquilar a un Guardián más, y obtuvo su respuesta.
—En que es un excelente elemento. Casi tan bueno como nosotros —susurró el General observando al maligno quien extendía sus alas de plumas azabaches.
El hombre se veía glorioso enfundado en una armadura negra, como si tan sólo con el chasquear de dos dedos pudiera convertirse en el nuevo amo y señor de las tinieblas.
Tal vez eso fuera lo que perseguía.
La criatura estableció contacto visual con Miguel y sonrió ligeramente antes de fijarse con mayor cuidado en Zadquiel.
Curiosamente su sonrisa se amplió...

Jack D. Reepper, uno de los hijos de Lucifer, batió sus espectaculares alas negras y movió su cabeza de un lado a otro para eliminar la tensión en su cuello.
El momento se acercaba a pasos agigantados, y más aún después de haber notado en los oscuros ojos del Guerrero que lo observaba, su necesidad de sangre demoníaca. No veía su trabajo como una misión, lo veía como una necesidad.
Seguramente se trataba de Zadquiel, el Arcángel a quien Cadmo e Iblis habían casi aniquilado en el pasado.
Razones de sobra tenía para utilizar su ballesta como lo hacía. En ese momento, el enorme Arcángel se dirigía hacia un demonio herido para recuperar sus flechas. Tras arrancarlas de su cuerpo haciéndolo chillar de dolor, se inclinó sobre el maligno, susurró algunas palabras, tal vez una tortura en Enochian, y de un solo tajo desprendió la cabeza del cuello.
Jack respiró profundo y dio una ágil vuelta sobre sí mismo cortando el vientre de otro Ángel Guardián con su puñal rojo, pensando que en efecto, si alguien merecía un enfrentamiento con uno de los hijos de Lucifer, era el Arcángel Zadquiel.

Los Demonios eran incansables; seguramente esa fuerza interna se debía al entrenamiento especial recibido durante los últimos siglos y al parecer habían sido sometidos a fuertes pruebas de resistencia, porque continuaban luchando incluso con heridas mortales, como si supieran que era mejor caer en batalla que regresar al Infierno y enfrentarse a la ira de su amo.
De igual modo, por salvar a la humanidad, los Guerreros y Guardianes Celestiales permanecían a la altura atacándolos de frente con sus espadas básicas ó sus armas especiales.
Por ejemplo, el Arcángel Uriel, enfundó su larga espada base y sujetó sus Dagas Gemelas girándolas diestramente en sus manos.
Siempre había preferido el ataque frontal y cercano.
Sonrió de forma torcida y corrió hacia uno de los líderes del Ejército Infernal, pero tuvo que detenerse cuando la criatura envolvió su cuerpo en sus alas membranosas y se desmaterializó en el aire.
Era de esperarse que las creaciones de Lucifer no acataran las Reglas de Batalla previamente establecidas; el mismo Rey de las tinieblas era quien era por saltarse las normas. Sin embargo, eran predecibles.
Uriel giró sobre sus talones y se hizo un ovillo antes de sentir la presencia justo frente a él. Se incorporó de golpe y de tajos idénticos, decapitó al infernal con ambas dagas logrando que se transformara en una bruma negra, y regresara de vuelta a su tibio hogar.
Una ronca carcajada hizo vibrar el centro de su pecho.
—Me gusta tu estilo, hermano —dijo el Arcángel Jofiel clavando su Hacha de Guerra en la frente de un Demonio para poder decapitarlo con su espada—. Algo dramático, pero aceptable.
Uriel respiró profundo recuperando el aliento antes de dar una perfecta vuelta sobre sí mismo y decapitar a otro infernal, esta vez con sólo una daga.
—Yo no digo nada sobre tus golpes de bárbaro, así que cierra la boca.
Jofiel soltó otra carcajada que tuvo que interrumpir al sentir un ligero corte en su cara.
Claro, un insignificante Demonio no había calculado bien su ataque y había rozado con su espada la mejilla izquierda del Arcángel, en lugar de cortar su cuello, ó atravesarlo.
Sería su último error.
Jofiel lanzó un grito de ira hacia el Infinito y atacó al infernal con su Hacha, decapitándolo gracias a la fuerza de su golpe. El grotesco sonido de ruptura rústica era mucho más desagradable que el de un corte limpio, pero el resultado era el mismo, así que ¿qué importaba?

En el lado opuesto del frente celestial, el Arcángel Gabriel utilizaba su impresionante Alabarda para decapitar a grupos enteros de infernales con un solo golpe. Su afilada arma y su impecable pulso eran parte vital de los mejores ataques de la milicia de Ángeles.
A su lado, Samuel trituraba cráneos y dislocaba articulaciones con su Mangual, debilitando a los Demonios para poder decapitarlos con total calma. Por desgracia, su arma carecía de la elegancia y sutileza que él revelaba, pero era ideal para debilitar al enemigo antes de acabar con él. Como majar carne para un asado infernal.
—Agh —protestó Gabriel agitando su cabellera rizada y rubia—. Detesto esta bruma. Es como nadar en cenizas.
—Aniquilas más de dos por vez. Ve más despacio.
El Arcángel Gabriel negó con la cabeza y se atrevió a soltar una corta risita.
—Claro que no, Samuel —susurró fijando su mirada en el uno de los líderes de los infernales.
Ese pelo rizado y rojo, era completamente reconocible.
—Ahora está al frente... ¿Quién lo diría de un ser como él? —dijo su compañero.
—Ahriman —gruñó Gabriel girando violentamente su maciza anatomía, decapitando cinco infernales de un golpe—. Tuvimos piedad en el pasado. No va a contar con tanta suerte esta vez.
—Voy por él —susurró Samuel girando su brazos para golpear el rostro de una brutal Demonio quien de pié frente a él blandía un látigo negro.
El Mangual destrozó los huesos transformándolos en una grotesca masa de carne sanguinolenta.
La mujer se desplomó en el suelo aullando como un animal herido, acariciándose el desfigurado rostro con ambas manos.
En un acto de misericordia, empujado por la impresionante demostración de dolor, Samuel cortó de tajo el cuello de la infernal con su espada antes de seguir su camino hacia Ahriman, quien sonrió ampliamente al notar la cercanía del Arcángel. Luego soltó una carcajada, mientras sacaba su espada de Metal Rojo de las entrañas destrozadas de un Guardián que se transformó en polvo plateado antes de disolverse en el ambiente dejándolo impregnado de esencia victoriosa.
—¿Te satisface matar Guardianes? —le preguntó Samuel.
—Es como preguntarle a un fumigador si le satisface aniquilar cucarachas, Guerrero.
—No va a ser tan fácil conmigo, maligno.
—Por favor... Sólo hago mi trabajo. —El desgraciado había tenido la osadía de recordarle justo lo que había usado como escudo para poder escapar de la justicia divina—. Y soy jodidamente bueno en ello.
—No tan bueno como yo en el mío, Ahriman. —Samuel giró diestramente la bola de su Mangual en el aire, como si sólo fuera un juguete en manos de un hábil niño—. Jamás como yo en el mío.

Miguel jadeó mientras blandía sus pesadas espadas en el aire. Su sable Samurái y su espada base estaban tan coordinadas que parecían dejar una estela luminosa cuando las agitaba. Logró decapitar un par de demonios de un solo tajo, antes de comenzar a percatarse de la magnitud de lo que ocurría.
Sus ojos azul eléctrico se deslizaron sobre las decenas de Ángeles Guardianes que se retorcían en el suelo llorando de dolor, mientras crueles demonios se cernían sobre ellos para torturarlos como anticipación a su muerte.
Sintió pena por sus hermanos caídos, y por los que estaban a punto de caer, quienes seguían luchando a pesar de sus amputaciones.
No era justo, pero era necesario.
Sin embargo, él podía ser mucho más que un testigo presencial de la caída de los más débiles. Podía defenderlos y debía hacerlo.
El sólo hecho de pensar en que su amada 45678 pudiera...
En el pasado había sido célebre por atacar a los Demonios más poderosos, pero esta vez no lo haría. Proteger también era una forma de combatir, así que era hora de tomar un nuevo rumbo y darle la oportunidad a alguien más.
Respiró profundo, cerró los ojos, giró sobre sus talones y cortó a la mitad el torso del Demonio que pretendía atacarlo por la espalda. Con una rodilla en el suelo, cercenó de un tajo el cuello de la criatura enviándola de vuelta a su hogar.
—Es tuyo —le dijo a Zadquiel con la respiración agitada.
—¿Qué cosa? —dijo el Guerrero descargando una ráfaga de flechas hacia una pareja de Demonios a varios metros de distancia.
—Sé que esperabas que yo acabara con él. —Se refería al Hijo de Lucifer—. No lo haré.
—Pero...
—Es más importante para mí salvar a los Guardianes, Zadquiel. Tú tienes la fuerza suficiente para aniquilar a uno realmente poderoso. Sé que no vas a defraudarme, hermano. Confío en ti.
Zadquiel respiró profundo sintiendo un nuevo peso sobre sus hombros, y arrugó su entrecejo antes de dar una única cabezada.
Alimentado por la confianza, y por su sed de justicia, se encaminó hacia el hijo de Lucifer, pensando en los enormes zapatos que, por esta vez, debía llenar.

Cadmo e Iblis sonrieron ampliamente observando al par de figuras angelicales que luchaban frente a ellos.
Un hombre y una mujer.
Iblis tenía la leve impresión de haberla visto antes, pero no recordaba bien bajo qué circunstancias, en cambio a él...
Ese Arcángel hijo de puta era uno de los hombres más hermosos que había visto en toda su vida, y además era un luchador impecable. No desperdiciaba tiempo jugando con el adversario, ni siquiera perforaba ó cortaba. Sólo atacaba cuando tenía la certeza de que su golpe iba a ser mortal, lo cual era digno de una inteligencia superior. Rafael iba directo al grano... y eso sólo lo hacía pensar en como se comportaría a la hora del sexo. Debía ser un dios en la cama. Todos esos masculinos músculos...
—¿Quién es ella? —preguntó Cadmo sacándolo de su ensimismamiento. Iblis se encogió de hombros y volvió objetivo de su escrutinio a la mujer que peleaba como si la lucha fuera su alimento.
Sonreía ligeramente, pero no porque fuera una sádica enferma, ó una debilucha traumatizada como Zadquiel. Lo hacía porque estar ahí le daba felicidad a su alma.
La recordó de golpe y sonrió ampliamente antes de clavar su daga roja en el estómago de un Guardián que se aproximaba a su derecha.
—Vaya, vaya, vaya... es 8. La hermana de Rafael.
Cadmo entrecerró los ojos concentrándose en la soberbia figura de la mujer enfundada en una armadura envidiable, quien utilizaba las cadenas en su mano izquierda para acercar el enemigo.
—¿Hermana? —preguntó.
—Hermana de Lux.
—Estaban cortos de Guerreros, ¿eh?
—No, tal vez sólo se dieron cuenta de que es realmente buena. Es una pena que estemos nosotros aquí, ¿no te parece?
—Sería un buen elemento en el Infierno.
—Los Guerreros jamás se doblegan.
—¿Ella es una de ellos?
—Por favor, Cadmo —dijo Iblis rodando los ojos—. Sólo mírala.
La mujer se movía como pez en el agua y era tan certera en sus golpes como su propio hermano. Una vez más, Iblis tenía razón.
Cadmo pensó que era una verdadera lástima tener que verla morir.

8 flotaba en el séptimo cielo (figuradamente hablando) mientras la batalla de la que hacía parte vital, se desarrollaba a su alrededor.
Con razones de sobra el Jefe le había permitido combatir; seguramente Él sabía a la perfección que preferiría morir antes que rendirse. Además de su valor, esa Lux mestiza que parecía hervir a través de sus venas, la hacía sentir eufórica y más fuerte que nunca. Se sentía invencible.
—Calma, hermana —gruñó Rafael girando su espada sobre su cabeza, haciendo silbar el aire antes de girar sobre sus talones y alcanzar el cuello de un demonio tras él.
8 soltó una corta risita, lanzando sus cadenas hacia una maligna de casi dos metros.
Los lazos de metal se enredaron en las fuertes piernas y la hicieron caer bruscamente al suelo antes de que 8 comenzara a halarla hacia sí. Al tenerla lo suficientemente cerca, pudo decapitarla con un perfecto movimiento de la espada en su mano derecha.
—Si bajo el ritmo, el mal va a tomarse el mundo, hermano.
—Pareces poseída —dijo Rafael sonriendo.
En medio de la espesa bruma negra liberada por la Demonio, la sonrisa de 8 resplandeció impecable, demostrando abiertamente su felicidad.
—Es el espíritu de la justicia y mi amor por la humanidad...
Una entidad maligna tomó forma tras ella justo antes de hablar con voz ronca.
—Lástima que la justicia y el amor no valgan tu sacrificio, mujer.

Samuel detestaba reconocer que Ahriman no era sólo un Demonio. Era una entidad muy bien entrenada.
No había logrado golpearlo con su Mangual, porque la criatura se movía como si danzara con él, anticipando cada movimiento. Doblándose en sí mismo, girando, saltando...
Nada más impráctico que una lucha coreografiada.
Aunque de igual modo, Samuel lograba esquivar los desplazamientos del maligno gracias a sus estilizados movimientos lo que lo hacía pensar en que tal vez bailaran la misma melodía. Si contaba con suerte, su pareja de baile se iría al infierno transformado en una bruma incorpórea.
—¿Estás cansado? —preguntó Ahriman con sorna mientras blandía su espada en el aire—. ¿Por qué no buscas el descanso eterno y la maldita luz perpetua? —Lanzó su ataque de forma diagonal hacia la cabeza de Samuel, quien se inclinó justo en el momento oportuno.
Varios mechones de su cabello cayeron al suelo como una lluvia ligera.
Con el corazón latiendo desbocado, y la Lux Aeterna volando a través de sus venas, Samuel lanzó un fuerte grito antes de mover su Mangual con elegancia. No era la fuerza, era cómo la usaras, y el Jefe había tomado una decisión más que sabía al brindarle esta arma a él.
Su cálculo y su fuerza fueron tan certeros que alcanzaron el rostro de Ahriman, deformando la parte izquierda.
La carne de la mejilla se desprendió con el golpe, dejando expuestos los dientes, a duras penas cubiertos por tejidos sanguinolentos y algo de hueso. 
El grito de sufrimiento lanzado por Ahriman fue como el último compás de una  canción.

Las cosas no estaban saliendo bien. Y 8 estaba 100% segura de ello porque su hermano había sido herido en la parte baja de la espalda y como si fuera poco, continuaba inquietándose por su bienestar... Tan torpe. Debería estar preocupándose sólo por su propio desempeño, porque en tanto su sobreprotección hacia ella se prolongara,  la situación iba a empeorar.
Rafael combatía un Demonio llamado Iblis, uno de los cuales había torturado a Zadquiel en el pasado, y a todas luces era el adversario más difícil. Las heridas leves causadas por armas ordinarias antes del enfrentamiento, estaban pasando factura, y su debilidad era ahora evidente debido a la pérdida paulatina de Lux.
Intentando concentrarse en su propia pelea, 8 lanzó su cadena izquierda hacia las piernas de Cadmo, el compañero de Iblis, pero no logró derribarlo.
El Demonio adivinó su ataque y se desvaneció durante un momento, antes de reaparecer frente a ella pisando los eslabones.
—¿Crees que con un arma tan básica vas a lograr doblegarme?
—Creo que puedo intentarlo —dijo 8 halando los hierros con todas sus fuerzas.
No logró que la criatura cayera al suelo, pero sí que se tambaleara lo suficiente como para poder propinarle un buen golpe en la cara con la cadena de su mano derecha.
Cadmo lanzó un chillido de agonía en tanto la sangre negra comenzó a manar de su mejilla, y luego, envió un ataque hacia ella, dejando mucho que desear. El golpe de su daga no fue certero, y sólo logró rozarle a 8 parte del brazo izquierdo.
Entonces, la Guerrera percibió la debilidad de su hermano, quien jadeaba ante cada movimiento como si no pudiera respirar.
Los desplazamientos del Arcángel estaban haciéndose lentos, y el arma de Metal Rojo de su adversario se acercaba cada vez más a su anatomía.
—Maldita sea —gruñó 8 ante su súbito deseo de protegerlo.
Sin pensarlo dos veces, se interpuso entre su hermano y su atacante, y movió sus brazos con fuerza haciendo ondear sus magníficas cadenas.

Tras decapitar a un nuevo Demonio, Uriel giró sobre sus talones esperando recibir de parte de 8 una mirada de admiración...
... que no llegó.
En cambio, pudo ver un encarnizado combate entre Rafael, ella y dos Malignos, y por desgracia, la ventaja no estaba a su favor.
Rafael pasaba trabajos para neutralizar al enemigo, y 8...
—¿Qué te pasa Uriel? —preguntó Jofiel clavando su Hacha de Guerra en la mandíbula de una espigada demonio, para arrancársela de un solo tirón. La herida dio origen a una grotesca erupción de sangre negra, que salpicó violentamente la impecable armadura del Arcángel.
El grito de dolor se vio interrumpido por el limpio corte de una espada que desprendió la cabeza de su cuerpo.
Luego, la entidad malvada cayó al suelo y se desvaneció en una nube de denso humo negro.
—Agh —se quejó Jofiel antes de cortar transversalmente con su espada la cabeza de otro Maligno. Clavó su Hacha en el estómago de otro y envió al suelo a un cuarto, golpeándole la cabeza con la suya—. ¡Oye, idiota! —le dijo a Uriel—. ¿Acaso piensas dejármelos todos a mí?
Su compañero no respondió. Permaneció justo donde estaba, observando la pelea de la que 8 hacía parte.
Sus cadenas resultaban insuficientes para defenderse del incesante ataque del Demonio al que combatía. La entidad era poderosa y poseía buenas armas; un afilado sable y una daga roja...
Era de público conocimiento en el Paraíso que sólo los hijos de Lucifer y los Demonios mejor capacitados ganaban el derecho de poseer armas de Metal Rojo, las cuales tenían entre muchas facultades, la de causar heridas mortales a los entes celestiales. Incluso los rasguños desencadenaban en profundas heridas incurables.
Ningún miembro de la Jerarquía Angélica, podía regresar a su cuerpo después de eso...
Uriel arrugó la nariz justo antes de girar sobre su eje, enterrando su par de Dagas en el pecho del Demonio que se lanzaba contra él. Tras liberar una, decapitó al maligno con un limpio corte.
Entonces, mientras el humo negro se disipaba en el ambiente, pudo observar una lucha que le interesaba incluso más que la suya.
El Demonio que combatía con 8 era hábil y artero. Rompiendo las reglas de batalla, se había desvanecido en el ambiente para reaparecer de nuevo completamente pegado a ella.
—No... —musitó casi sin voz.
—¡Uriel! —lo llamó Jofiel.
El Arcángel no podía escuchar, no podía sentir algo más allá de un miedo visceral y profundo que crecía como espuma dentro de sí. Entonces notó que el maligno susurraba algo en el oído de 8, como si fuera su amante, y luego...
Lo vio clavar la daga de Metal Rojo que empuñaba en su mano derecha, profundamente en medio de la pechera de su armadura.
El más horrible sonido que había escuchado en toda su vida, taladró el espacio después de ello. Habían pasado eones de tiempo en los cuales había escuchado gritos de guerra, de victoria y de dolor, pero éste era uno agónico.
Y completamente reconocible a sus agudizados oídos.
Rafael.
—No... —susurró Uriel.
Pudo ver con total claridad una daga roja abandonando lentamente el pecho de una Guardiana. La Capitana de un Ejército. Una Guerrera.
8 cayó al suelo de rodillas mientras sus manos y cadenas presionaban la herida en su corazón como si eso fuera suficiente para detener el escape de Lux Aeterna.
—¡NO! —gritó Uriel.
El Maligno que se atravesó en su camino hacia ella fue víctima de su furia, ya que el Arcángel clavó una de sus Dagas en el ojo derecho del Demonio antes de utilizar la segunda para degollarlo. El grito de dolor se transformó en un grotesco gorgoteo en tanto la sangre negra comenzaba a brotar del cuello brutalmente abierto y la criatura se transformaba finalmente en humo negro.
—¡¡¡NO!!! —gritó de nuevo.
Malditas fueran las Leyes de Guerra, y maldito el honor Celestial que los obligaba a cumplirlas. No podía desmaterializarse y el espacio que lo separaba de 8 resultaron ser eternos y casi imposibles de recorrer.
Como si su desesperación los alimentara, una multitud de Malignos interceptó su camino.
Uno a uno, el Arcángel pudo derrotarlos teniendo en mente una sola meta: llegar a 8.
Faltando sólo un par de metros para alcanzarla, Uriel observó un nuevo ataque en su contra. Seguramente aún desde el suelo, había atacado a su verdugo. Típico en ella...
Sin embargo, su valentía no sirvió de nada. Su cuerpo había sido herido de nuevo, ya que esta vez, la daga roja abandonaba su estómago y el escape de Lux se hacía menos denso, porque 8 estaba muriendo.
Uriel pudo ver con claridad el rostro del atacante.
Ojos negros, cuerpo robusto y moreno... Sonrisa torcida.
Iblis.
Sintió su fluido vital bullir en su interior justo antes de abrirse camino hacia él, aniquilando demonios a su paso.

Gabriel y Samuel giraron sus cabezas al unísono, mientras observaban la impresionante luminosidad que sólo se presentaba cuando un Guerrero era herido. Sin embargo, su extraordinaria percepción les dijo que no se trataba de uno de sus hermanos.
Se trataba de su hermana.
Una maligna carcajada les erizó la piel.
—Error básico, Guerrero —dijo la voz de Ahriman con un desagradable y húmedo sonido haciendo eco—. Nunca desvíes tus ojos del enemigo.
Al girar hacia él, Samuel sintió una brisa cálida, con aroma a azufre golpear su cara
—¡Maldita sea! —gruñó.
Ahriman había dejado tras de sí, la sangre negra que había brotado de su herida brutal, y su monstruosa sonrisa recién adquirida.
Nada más.
—¿Qué pasa? —preguntó Gabriel.
—Escapó —gruñó Samuel sintiéndose derrotado.
—Maldita sea, eso no importa ahora. Hirieron a 8.
El Arcángel Samuel observó en la misma dirección y respiró profundo.
—No —susurró con voz entrecortada—. Es mucho más delicado que eso...
Gabriel elevó su mirada sobre su cabeza, concentrándose en uno de los Serafines que se suponía estaban cuidándolos. Fijó sus ojos violetas en la criatura y señaló hacia la luz con su impresionante Alabarda.
—¡VÉ POR ELLA! —gritó.
—Ya es tarde —susurró el Espíritu Celeste del primer coro con esa suave y enigmática voz.
—¡NUNCA ES TARDE, SERAFÍN! ¡¡¡VÉ POR ELLA!!!
—Ya es tarde, Guerrero.
—¿Y VAS A QUEDARTE AHÍ SIN HACER NADA? ¡Eres una vergüenza para el Paraíso!
La criatura batió sus 6 alas haciendo caer a ambos Arcángeles al suelo, mientras los Demonios que los rodeaban desaparecían en el ambiente transformándose en una bruma densa y sombría. Luego se acercó peligrosamente al rostro de Gabriel, y adoptando su verdadera forma andrógina, abrió sus enormes ojos oscuros para fijarlos en los del Arcángel mientras su cabellera negra se agitaba en el aire tras de sí.
—No eres nadie para ordenarme cosas, Guerrero. Sólo el Omnipotente puede disponer de mí a su antojo.
—Estamos en medio de una guerra, Seraphim —dijo Gabriel—. No hay cabida para tu orgullo aquí. No has movido un dedo desde que la lucha empezó, aunque sabes que eres mucho más poderoso que nosotros.
—Puedes deshacerte de ellos con el chasquear de dos dedos —observó Samuel con la voz llena de frustración.
—Sólo porque puedas, no significa que debas —explicó el Serafín.
—Vete a la mierda con tus palabras filosóficas —dijo Gabriel ignorando el tirón de sus alas al perder dos plumas por su mala palabra; ni siquiera durante una batalla las leyes de buen comportamiento dejaban de reprenderlos por sus obscenidades. Giró su Alabarda en el aire para agredir a un nuevo maligno, pero sólo logró cortar la parte superior de su cabeza antes de poder atacar de nuevo. Sin embargo, Samuel se encargó del demonio mutilado, decapitándolo con una disección impecable.
—Esto es lo que significa Hermandad, Serafín. Todos somos Sus hijos... Todos nosotros. Va a sentirse avergonzado de Su creación cuando sepa que uno de los Espíritus Celestes del Primer Coro prefirió cruzarse de brazos a brindarle su ayuda a una de sus hermanas.
Seraphim enfocó sus negros ojos de nuevo en Gabriel y descendió su anormal fisiología para hablarle de cerca.
—No te creas más listo de lo que realmente eres, Guerrero. La soberbia es un pecado, tanto como lo es la pereza de la que me acusas. Cuida tu espalda —dijo antes de respirar profundo y agitar de nuevo sus alas, eliminando de golpe otro grupo de demonios, incluyendo al que cernía su puñal sobre la espalda de Gabriel
Entonces, voló hacia 8, sabiendo perfectamente, como al principio, que no había nada por hacer.

En otro lugar de la batalla, concentrado en su labor, Zadquiel apuntaba una nueva ráfaga de flechas hacia su objetivo: el hijo de Lucifer.
La primera sólo había logrado penetrar parte sus alas y uno de sus brazos, porque debido a su agilidad y a sus veloces movimientos había resultado imposible atacarlo de forma más eficaz.
De repente, el tipo extendió sus alas heridas y puso ambos brazos en ángulo recto con el resto de su cuerpo, adoptando la posición más vulnerable.
—¿Qué rayos...? —se preguntó Zadquiel mientras sus afiladas flechas perforaban la armadura de Jack hiriéndolo en partes vitales de su cuerpo.
Su garganta, su pecho, su estómago y la parte interna de una de sus piernas.
Con precaución, temeroso de cualquier plan que hubiera desarrollado la criatura para atraparlo, Zadquiel se acercó con lentos pasos, llevando en alto su magnífica espada mientras los más valientes Guardianes, eliminaban demonios rasos despejando el camino para él
Las alas negras se removieron en el suelo, sin que su portador se alterara.
Luego, el tipo sonrió de forma torcida y tosió ligeramente escupiendo sangre negra sobre su propio cuerpo.
—¿Vas a terminar tu trabajo, pedazo de imbécil? —le preguntó.
Zadquiel arrugó el ceño y rechinó los dientes.
—¿Qué pretendes, fenómeno?
—Lo mismo que tú. Librarme de la mierda que detesto. Tú matas Demonios, yo... me dejo matar por ti.
Zadquiel negó con la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque es la mejor manera de vengarme de mi padre por no dejarme hacer la vida que realmente deseo. ¿Qué puede ser peor para Lucifer que su hijo predilecto se rinda ante su enemigo? Eres un hijo de puta, pero uno muy afortunado, Zadquiel. Y vas a ser material de leyenda en el Paraíso.
—Luchamos por el bien absoluto, no por vanidad propia, infernal.
—¿Crees que eso me importa? Hazlo ahora.
Zadquiel permaneció un momento moviendo sus fuertes dedos en la empuñadura de su espada y sintiendo que de algún modo bizarro, le debía al hijo de su hermano descarriado la oportunidad de defenderse.
—No voy a atacar a alguien indefenso.
—¡VAMOS, IMBÉCIL! —gritó Jack—. Has estado haciéndolo desde que esto comenzó. ¿Qué defensa puede tener una criatura con flechas atravesándolo de lado a lado? ¡NO ES HORA DE TENER DUDAS Ó MISERICORDIA! ¡Soy el hijo del Demonio! ¡El puto Bebé de Rosemary! ¡La mismísima Profecía! ¡MÁTAME, ARCÁNGEL!
Zadquiel miró los negros ojos del tipo y respiró profundo, mientras veía la sangre manar de las múltiples heridas que le había hecho con su ballesta.
Todo parecía indicar que finalmente había llegado la hora de cobrar justicia, pero continuaba sintiendo que no lo hacía con el Demonio adecuado.
Negó con la cabeza una vez más.
—No puedo... no así...
Jack D. Reepper resopló como un toro y haciendo acopio de sus últimas fuerzas decidió ponerse de pié frente al Arcángel, que al parecer no esperaba una incorporación de su parte.
Limpió someramente la sangre de su boca y enseñó su elegante puñal de metal rojo moviéndolo en el aire frente a él.
—¡MÁTAME! —le gritó a Zadquiel trastabillando sobre sus pies—. ¡NO MORIRÉ HASTA QUE ME CORTES LA CABEZA HIJO DE PUTA ESTÚPIDO! ¡MÁTAME!
Jack sabía que ninguno de sus hermanos acudiría a su rescate, seguramente todos tenían esperanzas en que alguien lo matara, pero nadie en el Infierno esperaría que él mismo lo pidiera.
Necesitaba morir, porque sabía que su Padre jamás lo dejaría en libertad. Y él no era tan bueno como para darle el placer de decapitarlo. Al fin y al cabo, era el hijo de su padre, y la progenie de Lucifer era rebelde como su progenitor.
Lanzó un ataque hacia Zadquiel, sin lograr lastimarlo.
—Ya sé lo que ocurre. Necesitas algo más de... calor. Puedo encender una pequeña fogata sólo para que recuerdes viejos tiempos, Arcángel.
Zadquiel gruñó desde lo profundo de su garganta, lanzando el ataque de su espada de forma vertical. Logrando cortar una de las magníficas alas negras, que cayó al suelo moviéndose como la repugnante cola de un lagarto.
El grito de Jack fue tan intenso, que el Guerrero no prolongó más su dolor. Lanzando un bramido de batalla hacia el infinito, preparó su espada...
—Sorpresa, Pa’ —susurró Jack D. Reepper cerrando sus ojos para no abrirlos más.
Con un fluido movimiento la afilada hoja se movió en curva hacia el elegante cuello cubierto de sangre negra.
El tajo fue tan preciso, que la cabeza se desprendió del cuerpo sólo cuando este cayó al suelo de rodillas.
Milésimas de segundo después un intenso alarido llegó al Purgatorio erizando la piel de los combatientes.
Un grito de rabia.
Un grito de dolor.
El grito de un Padre que acababa de perder a su hijo favorito a manos de su enemigo.

Iblis pensó que el Arcángel frente a él se veía fatigado, y herido. Tenía algunas laceraciones en sus brazos que bañaban sus extremidades de Lux Aeterna, como una lumínica aura que parecía protegerlo. Pero estaba debilitándose. Sin embargo en sus ojos brillaba una sed inagotable de justicia, que tal vez ni siquiera su muerte lograría calmar.
Por todos los infiernos que iba a ser la mejor maldita batalla de la historia.
—Arcángel —dijo haciendo una dramática reverencia frente a Uriel—. Esperaba que de algún modo hubieras ascendido en tu escala de Jerarquía, pero veo que sigues siendo un simple Guerrero.
Uriel negó lentamente con la cabeza.
—Soy tu peor pesadilla —dijo.
Iblis soltó una carcajada que Cadmo secundó mientras combatía a Rafael, cuyo silencioso llanto parecía alimentar sus deseos de seguir luchando.
—Demuéstralo —dijo Iblis guiñándole un ojo a Uriel antes de lanzar el primer ataque frontal con su cuchillo de Metal Rojo.
De forma magistral, Uriel evitó el asalto, inclinándose hacia adelante para agredir las piernas del Demonio, pero éste predijo su movimiento saltando sobre su lugar.
Estaban exactamente igual que al principio.
—¿Te das cuenta de que será batalla de nunca acabar, Guerrero? ¿Por qué no te rindes y vas a hacerle compañía a ella?
La respiración de Uriel se hizo tan violenta, que resonó a través del Purgatorio.
—¿Punto sensible para ti? Lo siento, no me di cuenta.
Cadmo soltó una carcajada que llegó a ellos como una brisa sobre un estanque, para segundos más tarde ahogarse en un sonido básico y lamentable.
—¿Qué me hiciste? —preguntó el demonio aferrándose a los brazos de Rafael, quien enterró su Scramasax aún más profundo en el estómago del maligno, consiguiendo con ello que su impecable armadura se manchara de la sangre negra que brotaba por los labios de Cadmo. Su hermoso y masculino rostro estaba deformado por la angustia, y sus ojos describían la sorpresa que sentía.
—Lo que mereces. Nunca más te reirás de mi hermana, bastardo hijo de Satanás —dijo Rafael entre dientes sintiendo como su mano ganaba calidez gracias al fluido vital del Demonio, que al abandonar su cuerpo, lo helaba.
Cadmo intentó articular alguna palabra, pero el Arcángel no le dio oportunidad. Con un violento movimiento, sacó el cuchillo de su vientre y poniéndose tras él, sujetó su cabeza con un brazo, y expuso su cuello para su encuentro definitivo con el filo de la muerte.
—Ve con tu creador —susurró Rafael soltando el cadáver, que se transformó en bruma antes de tocar el suelo, justo frente a los ojos de Iblis.
El Demonio gritó con rabia antes de lanzarse de cualquier manera hacia Rafael, sin pensar en que su cuenta con Uriel aún no estaba saldada.
El Arcángel utilizó sus Dagas Gemelas y de un par de limpios tajos, trazó una enorme X en la espalda del Demonio quien se arqueó de dolor y giró sobre sus talones para encararlo de nuevo.
—Nunca despiertas de una pesadilla cuando lo deseas, ¿verdad? —susurró Uriel—. Aún no termino contigo.
Iblis se lanzó contra él sujetando su daga sobre su cabeza con ambas manos, exponiendo sus puntos débiles: su pecho, su estómago, su cuello.
Demonios arrogantes, habían aprendido a combatir mejor, pero no les habían enseñado a mantener la cabeza fría ante una pérdida.
Eran sólo un hato de músculos sin cerebro.
Uriel giró de forma elegante cortando un par de líneas paralelas en el estómago de Iblis, y giró de nuevo elevándose un poco más para cercenar sus manos.
El artefacto de Metal Rojo, aún sujeto por sus dedos, tintineó en el suelo frente a ambos.
El alarido de dolor lanzado por el Maligno le erizó la piel, pero la sensación no perduró.
Se disipó paulatinamente después de silenciar su voz, cortando su cabeza con un rápido movimiento de su brazo izquierdo.
Sin perder tiempo pensando en su victoria, caminó a través del humo negro de Iblis para llegar a 8. Se puso de rodillas junto a ella, y la sujetó por la espalda y la nuca antes de elevarla ligeramente del suelo.
Su piel era casi traslúcida, perlada, y su temperatura había descendido hasta el límite del no retorno.
Dios, había llegado tarde... tan tarde...
—No puedes hacerme esto, 8. No puedes...
Un ligero suspiro escapó por los pálidos labios de la Guerrera, antes de repetirse.
No era un suspiro, era una risa.
8 abrió un poco los ojos y le dedicó una sonrisa torcida.
—¿Qué haces aquí, mequetrefe? ¿Acaso no te das cuenta de que estás en medio de una guerra? Te van a clavar al piso como le pasó a Zadquiel.
—Cierra la boca —susurró Uriel con los dientes apretados.
—Claro que no... Ahora puedo joderte la vida, y no me voy a ir sin darme ese gusto.
Uriel observó a la mujer en sus brazos y se maravilló con lo hermosa que se veía. La Lux Aeterna que había perdido, flotaba sobre ella en una especie de bruma que la hacía ver ligeramente luminosa.
—Siempre me has jodido la vida, 8.
—Yo solía... admirarte —susurró ella haciéndolo sonreír.
Era algo que él le había dicho justo antes de fusionar su fluido con el suyo.
—¿Sí?
—Sí. Cuando no tenía idea de lo que pasaría conmigo, mientras me pasaba los... días autocompadeciéndome como un enfermo terminal... ¿Ya ves? El fin llegó.
—Deja de hablar estupideces, 8.
Ella lo ignoró y estiró su mano hacia su hermano.
—Rafael —susurró. Rafael estuvo a su lado en un instante, mientras uno de los Guardianes, 112105, con un extraordinario látigo plateado, se hacía cargo de los Demonios que los rodeaban.
—Hermana.
Ella sonrió ligeramente y levantó la palma para acariciar la masculina mejilla.
—Te quiero —susurró.
Rafael pasó saliva dificultosamente mientras una lágrima resbalaba por la cuenca de su ojo hacia su nariz. Se deslizó hasta la punta y finalmente cayó al suelo rompiéndose en diminutas gotas.
—Yo también te quiero.
—Mejor yo que tú, ¿eh?
—Mejor ninguno —susurró el Arcángel.
—El Paraíso te necesita. —Clavó sus ojos bicolores en Uriel—. A ambos.
—Pero yo te necesito a ti —susurró Uriel arrugando el ceño. 8 sonrió de nuevo mientras un par de lágrimas se resbalaban por sus sienes. Cerró los ojos con fuerza y gimió dolorosamente aferrándose a los antebrazos del Guerrero que la sostenía. Respiró profundo y haciendo acopio de su última reserva de fuerza pasó saliva y concentró su mirada en Uriel.
—Eres una de las cosas más hermosas en el universo, Guerrero.
—Tenías que decirlo sólo hasta ahora, ¿verdad?
8 sonrió de nuevo y cerró los ojos dejando su peso muerto sobre los brazos de Uriel.
—¿Cuánto más vas a hacerme esperar por ese beso?
Uriel unió su boca con la de 8 y presionó levemente evitando lastimarla. La Capitana, su Guerrera, entreabrió los labios y ejerció un poco más de presión.
Luego, Uriel no la sintió más.
8 se desvaneció dejando una estela de polvo plateado en donde antes había estado su cuerpo. Segundos después, la ceniza brillante desapareció sin dejar nada de sí, salvo un penetrante aroma a victoria.
La visión de Gabriel tuvo sentido de inmediato.
La Lux Aeterna de una Guerrera, había bañado las armas de sus hermanos.

Y había sido un augurio de su victoria.