miércoles, 17 de julio de 2013

Errores y chicle de menta.

Hijo de puta.



—Si me amás como decís que lo hacés... —me dice desde la cama, desnudo, mientras yo me visto—..., ¿cómo hiciste para sacarme de tu vida tan rápido?
Respiro profundo porque es un tema espinoso, siempre lo va a ser.
—Vos me trataste como si yo fuera desechable. Lo más justo era que yo también pudiera hacerlo, ¿no? Igual, no me vengás con esta mierda ahora. Vos no te sentiste mal por eso.
—Ese siempre fue tu error conmigo. Pensabas por mí.
—¿Cómo no? Vos nunca me decías lo que pensabas. Era mi obligación deducir cosas aunque fueran equivocadas. Al menos yo hacía algo.
—Desde el principio te dije que yo no me iba a enamorar.
—Sí, y yo te dije que amaba fácil y que me habían vuelto mierda varias veces. Y eso no te detuvo, ¿cierto?
Se me queda viendo sin vergüenza, sin culpa... porque en su mente él nunca hace nada malo.
Me sigo vistiendo bajo su mirada, y a pesar de lo embarazosa que es la situación debido a mi cuerpo con celulitis y estrías, no me cubro.
Que me mire, ¿qué más da? Ya he caído todo lo bajo que puedo caer con él.
—Leí tu carta —suelta en un grave susurro.
Mi corazón se salta un latido.
Paso saliva de forma dificultosa.
Respiro.
—¿Cuándo?
—Cuando la enviaste... y dos o tres veces después de eso.
—¿Y qué pensás?
—Que sos una buena escritora.
Típico, Manuel se va a lo pragmático, ignorando lo emocional.
—Gracias —digo subiéndome los jeans.
—Dejaste un vacío grande. Las madres solteras no pudieron llenarlo.
¿Qué quiere? ¿Qué caiga de nuevo usando ese humor cruel?
Todavía siento su contacto en mi piel, y sus labios en los míos, y no puedo sentirme más asqueada de él... de mí misma.
—Perdoná. No debí decir eso. Me hiciste pensar muchas cosas con respecto a mí mismo y quisiera que me ayudés a...
—¿Qué? —digo volteando a verlo—. ¿Querés arreglar las cosas ahora? ¿Tan buen polvo salí?
Arruga el ceño.
—Haberme acostado con vos no significa que te quiera de vuelta. Sí, te amo todavía. Y sí, te extraño con todo mi ser... pero eso no quiere decir que desee que regresés a mi vida. Por fuera de ella estás bien, ahí es donde debés estar.
—¿Por qué sos tan radical y cerrada?
Él sabe cuántas cosas tontas hice por él... él sabe lo flexible que fui...
—Te lo hubiera dado todo, Manuel. Todo de mí... lo que tengo, y lo que voy a tener. Te lo hubiera entregado todo, gustosa, si tan sólo...
Veo su fachada magnífica. Con su cuerpo, pequeño para ser masculino, pero atlético, ese pelo que me encanta... y su rostro indiferente. No siente nada y yo estoy a punto de derrumbarme ante él... otra vez.
Recupero la compostura con dificultad y limpio una lágrima que alcanzó a rodar.
—Las muestras gratis son pequeñas por una razón. Si lo querés todo, te cuesta, ¿cierto?
Sé que entiende mi metáfora, porque siempre entendió mi forma de expresarme.
—Me odiás.
—No puedo —confieso—. Me odio a mí, por quererte. A vos, no puedo.
Kiddo... —me dice levantándose de la cama.
—No me digás así —le pido, porque ese apodo hijo de puta es una de las cosas que más extraño.
—Yo no te quería lastimar.
—No claro que no. Por eso cuando lo hiciste, no lo arreglaste.
—¡Tenía cosas más importantes en la cabeza!
Como si yo necesitara más golpes bajos, él deja escapar esa perla. Suelto una risa forzada.
—¿Me pedís un taxi? —digo con una sonrisa temblorosa en los labios.
—Paula, no te vayás. Dejame hablar.
—¿Para qué? Manuel, ya las cosas pasaron. Esta charla es algo que no planeé. Vine sólo por sexo.
—Vos no sos una mujer de sólo sexo.
—Lo fui hoy.
—Quiero explicártelo todo.
—Ya no vale.
—¡¿Por qué sos tan terca?!
Su fuerte tono de voz, me sobresalta, pero no voy a discutir a gritos con él. Miro sus ojos oscuros y su entrecejo fruncido, y lo único que pienso es en lo mucho que lo quiero todavía.
En cómo extraño sus saludos en las mañanas, y sus despedidas en las noches.
En lo mucho que necesito escuchar su voz cada vez que contesto el teléfono...
Me acerco a él y acaricio su mejilla rasposa de una forma en que jamás lo hice. Jamás me lo permití. Llevo mi mano hacia su nuca y deslizo mis dedos entre su pelo. Es suave, y no me sorprende. Debe usar un champú carísimo.
Acaricio su mandíbula y deslizo mi pulgar por las pequeñas cicatrices en su labio superior.
—Podés encontrar mujeres más inteligentes que yo... más bonitas, más preparadas... pero ninguna va a ser yo. Ninguna te va a querer como yo. —Me acerco a su boca—. Y te va a pesar, vejete. Cuando te cansés de hablar trivialidades, cuando el sexo sea completamente vacío, te va a pesar. No hoy, tal vez no mañana. Un día. Cuando estés más viejo, y tu verbo y tu plata sean insuficientes para conseguir perritas que sí se acuesten con vos a cambio de una película y unos besos con sabor a chicle de menta y mentiras.

viernes, 12 de julio de 2013

Mi visión de Jack, con un poco de religión y modernidad.

Criminal



Se acercó a ella al final del callejón, luciendo tan seguro de sí mismo que logró cautivarla con sólo una mirada.
Bajo la pálida luz de una lámpara pudo ver que era bonita. Sus senos voluptuosos se apretaban contra una camisa roja, tentándolo, y su estrecha minifalda de cuero era el punto final de una pecaminosa poesía. Tenía poco más de veinte años y aunque su cabello reseco difería de lo que consideraba hermoso, decidió cambiar sus hábitos y honrarla con su compañía.
Le sonrió y le ofreció un cigarrillo, ella negó con la cabeza y lo miró por entre las pestañas de forma seductora.
“Tienes bonitos ojos”, le dijo deslizando un par de dedos a través de la solapa de su abrigo negro.
“Son para verte mejor”, respondió él soltando una risita.
“¿Y cuánto más quieres ver?”, susurró ella aproximándose.
Él observó su cuerpo en descenso y enarcó una ceja justo antes de sujetarla por las muñecas y llevarla hacia una pared apresándola con su cuerpo.
Le molestó notar que la impúdica prostituta disfrutaba del peligro en la situación, pero tras reparar en las marcas recientes de pinchazos en sus brazos, su drogadicción se hizo evidente. Soltó sus manos, incapaz de soportar la degradación narcótica en aquel ser humano.
Son impenitentes marginadas, repetía la voz de su Maestro en el interior de su cabeza. Purulentas y repugnantes criaturas desviadas de cualquier salvación.
La mujer parpadeó pesadamente y lo tomó de su abrigo para llevarlo hacia ella. Lo besó en la boca, con la suya pestilente de alcohol, antes de lamer sus labios de una sola pasada. Acarició sus mejillas en descenso, llegando a su garganta antes de enfocar su aberrada mirada en el centro de su cuello. Acarició el clériman que lo cubría y sonrió.
“¿Sabes que no eres el primero?”, susurró ella.
Pero seré el último, pesó él palpando el contenido del bolsillo interior de su abrigo.
Haló el pelo de la mujer enredándolo en su puño izquierdo, y logró arrancarle un último jadeo de placer, antes de deslizar la hoja de su delgada daga a través de la frágil piel de su cuello.
Como siempre, fue un corte impecable, perfeccionado por diez años de práctica. Lo que siempre escapaba de su control, era el desagradable gorgoteo en el que se transformaban las voces de las mujerzuelas cuando intentaban exigirle una explicación por sus acciones.
Con ojos desorbitados la mujer pretendió controlar su pérdida de sangre con ambas manos, dándose por vencida ante la ausencia de fuerza en su cuerpo. Incluso en aquel estado intentó atacarlo, pero finalmente, sólo tocó su rostro, y cerró los ojos para no abrirlos más.
Mientras él observaba la vida abandonar su antiguo templo, la sangre, como un elíxir untuoso, se secó en sus mejillas, haciéndolo sentir como un Caballero Cruzado después de una victoria.

miércoles, 10 de julio de 2013

Bueno y malo. Limpio y sucio.

Exorcizando demonios.



Me ve a los ojos un par de segundos y se pone de pié tan rápido, que me sobresalto.
Paga la cuenta en la barra y luego camina hacia mí. Da una cabezada indicándome que me ponga de pie.
No hay romance.
Curiosamente, no lo necesito.
No quiero que tome mi mano, ni que me hable bonito.
Quiero que sea directo como siempre, y espero que nuestra relación no mute sólo por tener sexo. Aunque si todo se va a la mierda esta noche, puedo vivir sin él. No es indispensable, es sólo otro hombre que pasa por mi vida y se va.
Lo mismo de siempre.
Sin embargo doy el salto al vacío con él.
No lo amo, y eso está bien. Sólo lo deseo y eso está mejor.
Tomamos un taxi y no hablamos. Cualquier conversación insustancial acabaría con todo.
Lo miro.
Su nariz fina, esa piel pálida y seca, su pelo negro azabache.
Esa apariencia común que esconde ese cerebro extraordinario.
De improviso me mira y sonríe.
No es una sonrisa velada, no es sexy. Es tan genuina como la de esa primera tarde en el parque, cuando se despidió de mí. La interpreto a mi modo, como hago siempre, y me convenzo de que esa sonrisa es su despedida, porque después del sexo va desaparecer de mi vida.
Bien por mí.
Le sonrío de vuelta.
Él se acerca y me besa, se aleja y me besa de nuevo. Y de nuevo. Besa mi mentón, mi mejilla y muerde el lóbulo de mi oreja.
—Te voy a comer toda. —No puedo evitar un escalofrío.
Después de un rato llegamos a su casa, ubicada en un barrio de los malos. Uno de esos a los que no entraría jamás. Con o sin él, me siento igual de insegura, pero acepto que tenerlo a mi lado es mejor que no tener nada.
Abre la puerta y en un raro gesto de cortesía, me deja entrar primero.
Bah, ¿qué cortesía?
Lo único que quiere es verme el culo.
 (...)
Camino junto a Beto hacia una habitación pequeña para mi gusto.
La cama, con una colcha negra, ocupa casi todo el espacio y las paredes blancas están desnudas, dándole al lugar un aspecto estéril.
Está bien.
Eso es Beto.
Bueno y malo, limpio y sucio.
Me quito la chaqueta y meto las manos en mis bolsillos sintiéndome torpe, casi virgen.
Después de asegurar la puerta, él pone un CD de Oasis en una obsoleta grabadora que hay en el suelo, bajo una ventana, y la melodía me relaja un poco. Se acerca a mí y me toca el pelo.
—Tenés el pelo raro, mujer —dice.
—¿Raro cómo?
—Es suave, pero no parece. Es como vos.
—No necesito que me digás cosas, hombre —susurro mientras los acordes de Champagne Supernova me dan valor para quitarme la camisa— Agito mi pelo y siento los rizos rebotar en mi cabeza como nunca antes.
Creo que la anticipación erótica despierta mi sensibilidad.
Beto me mira interminables segundos y luego me imita.
Su torso es poco velludo, muy delgado y muy blanco. Suelto una risita.
—Te voy a desbaratar —digo. Sólo sonríe mientras se quita los zapatos.
Lo imito.
Nos quitamos las medias a un tiempo.
Entonces hay una incómoda pausa en la que él permanece viendo mis tetas como si fueran de azúcar y él fuera diabético.
Con su lista de enfermedades, podría serlo.
Llevo las manos a mi espalda...
—¡No! —Exclama dando un paso hacia mí. Toma mis manos para dejarlas en mi cadera y rodea mis brazos con los suyos para llegar al broche de mi brasier. Siento sus dedos fríos en la piel tibia de mi espalda y al segundo siguiente, los siento en mis hombros, deslizando los tirantes hacia abajo.
Siento algo de vergüenza, porque mis tetas no son particularmente bonitas, y tengo algunas estrías, pero no me cubro. Necesito matar estas inseguras lombrices de una vez.
Beto deja caer la prenda al suelo y sonríe.
Aprieta sus manos en torno a mis senos y su temperatura fría me estremece.
Mi respiración se detiene cuando Beto me mira a los ojos alejando sus dedos de mi piel, para comenzar a forcejear con mi pantalón. Suelto una risita y golpeo sus manos para encargarme. Mientras me quito mis jeans, él hace lo mismo con los suyos.
Toma mi cara con ambas manos y sonríe como un niño, entrecerrando los ojos, viéndose tan joven e inocente como jamás lo he visto. Entonces me besa de nuevo y siento su erección chocar contra mi bajo vientre.
Llevo mis manos a su espalda y lo estrecho contra mí, en tanto su beso se torna violento y decadente. Viola mi boca con su lengua y la sensación es sublime, vertiginosa.
Lleva sus manos a mi pelo y lo empuña con ambas, uniendo su frente con la mía.
Lame mis labios de una sola pasada y sonríe mientras uno de sus muslos se abre paso entre los míos.
Chupa dos dedos de su mano derecha y sin dejar de mirarme, los lleva a mi entrepierna.
Me aferro a sus hombros y clavo mis cortas uñas en su piel al sentirlo acariciar mis húmedos pliegues.
Siseo cuando finalmente comienza a entrar.
Mueve su mano de forma que la palma me masajea el punto exacto, y tengo que morderme la boca.
Gira sus dedos en mi interior, los sumerge, los libera... Una y otra vez hasta que estoy a punto... Entonces los saca y los chupa de nuevo.
Le perdono ese orgasmo fantasma, porque su cara de satisfacción al hacerlo es mucho más impactante.
Quiero preguntarle cómo es mi sabor, pero prefiero saberlo por mí misma.
Beso su boca y mi beso lo toma por sorpresa. Se aferra a mi cintura y me lleva a la cama.
El colchón es duro, y la colcha está fría. No puede importarme menos. Abro las piernas para recibir su cuerpo sobre el mío, y su erección choca contra mi sexo húmedo y sensible. Él sisea, yo gimo.
Me ve a los ojos arrugando el ceño y abre la boca para decir algo, pero se lo calla.
Sabe que no quiero mentiras, y también sabe que todo lo que dicen los hombres a la hora del sexo es pura mierda.
 


lunes, 8 de julio de 2013

We Need To Talk About Kevin

De esas películas raras, pero sabrosas.



Protagonizada por Tilda Swinton, John C. Reilly, y el cada vez más brillante Ezra Miller, We need to talk about Kevin es el retrato perfecto de la infancia y adolescencia de un sicópata, y las repercusiones de sus actos en el entorno familiar y social.
Swinton caracteriza a Eva Khatchadourian, una mujer de espíritu libre, quien ve truncada su perfecta vida suburbana por un embarazo no deseado. Aunque Franklin (Reilly), su pareja, es comprensivo, tierno y dedicado, para ella no es suficiente, y definitivamente resulta poco una vez el fruto de su “amor”, ese hermoso bebé Kevin (Rocky Duer), comienza a demostrar un claro comportamiento sociopático; si es genético o adquirido, el espectador lo decidirá.
La heterodoxa conducta de la criatura empeora con la edad y con la llegada de su pequeña hermanita, haciéndolo aterrador en su temprana infancia, cuya interpretación por parte de Jasper Newel está tan bien lograda, que vamos a pensarlo dos veces antes de mirar con ternura a un grupo de críos de jardín de infantes.
Es entonces que llegamos a la vida del Kevin adolescente (Miller), quien se ha transformado en un hermoso hombrecito soberbio, seguro de sí mismo, de sus percepciones, cualidades y hábitos.
Una serie de eventos desafortunados -la perpetua negación del padre, el regalo navideño, la pésima comunicación con la madre-, desencadenan el último gran acto del chico, el premio mayor a su ego y a su inconsciencia, que es, al mismo tiempo, una clara venganza en contra de su desdichada progenitora.
El film tiene tres elementos perfectos: el ritmo, más que lento, pausado, se lo toma todo con calma porque es una buena historia, ¿para qué apresurarse?; la línea temporal, que viaja constantemente del presente al pasado y viceversa, ayudándonos a entender la perspectiva de Eva; y las actuaciones soberbias de Tilda y Ezra, quienes encarnan tan bien sus roles que es imposible concebir otro par de actores para desempeñarlos. Tienen que verlo para creerlo.
En resumen, es un gran film, de esos que da para pensar...
Un muy buen rato.

sábado, 6 de julio de 2013

Cuando me creo crítica cinematográfica...

Moonrise Kingdom


Comedia sutil y amena dirigida por Wes Anderson (Fantastic Mr. Fox), que narra la historia de amor de Suzy (una lectora empedernida con tintes sociopáticos) y Sam (un huérfano boy-scout que huye de su campamento), un par de preadolescentes que sólo encuentran refugio el uno en el otro.
Mientras entendemos la importancia de su cruzada para estar juntos, nos son presentados los demás personajes: los padres de la niña (Frances McDormand y Bill Murray), el Maestro Scout del niño (un conmovedor Edward Norton), el policía torpe del pequeño poblado (Bruce Willis) y los compañeros de campamento de Sam (un variado grupo similar al encontrado en Super 8).
El guión, gracias a la narración directa del maravilloso Bob Balaban y a la visión simple y elegante del director, es fácil de entender, resultando divertido y refrescante.
El ritmo es tranquilo y pausado, más no aburrido, porque las constantes aventuras de los personajes hacen que cada segundo que pasa nos deje anhelando más.
Las interpretaciones son tan serenas como la cadencia del film, pero no por ello son planas. Es más, gracias a esa “inocencia” se percibe un ambiente más real y dinámico.
Estupenda alternativa lejos de cintas llenas de efectos especiales que opacan su falta de argumento.

PD: Especial atención a las apariciones de Harvey Keitel y Tilda Swinton.