Hijo de puta.
—Si me amás como decís que lo hacés... —me dice desde la
cama, desnudo, mientras yo me visto—..., ¿cómo hiciste para sacarme de tu vida
tan rápido?
Respiro profundo porque es un tema espinoso, siempre lo va a
ser.
—Vos me trataste como si yo fuera desechable. Lo más justo
era que yo también pudiera hacerlo, ¿no? Igual, no me vengás con esta mierda
ahora. Vos no te sentiste mal por eso.
—Ese siempre fue tu error conmigo. Pensabas por mí.
—¿Cómo no? Vos nunca me decías lo que pensabas. Era mi
obligación deducir cosas aunque fueran equivocadas. Al menos yo hacía algo.
—Desde el principio te dije que yo no me iba a enamorar.
—Sí, y yo te dije que amaba fácil y que me habían vuelto
mierda varias veces. Y eso no te detuvo, ¿cierto?
Se me queda viendo sin vergüenza, sin culpa... porque en su
mente él nunca hace nada malo.
Me sigo vistiendo bajo su mirada, y a pesar de lo embarazosa
que es la situación debido a mi cuerpo con celulitis y estrías, no me cubro.
Que me mire, ¿qué más da? Ya he caído todo lo bajo que puedo
caer con él.
—Leí tu carta —suelta en un grave susurro.
Mi corazón se salta un latido.
Paso saliva de forma dificultosa.
Respiro.
—¿Cuándo?
—Cuando la enviaste... y dos o tres veces después de eso.
—¿Y qué pensás?
—Que sos una buena escritora.
Típico, Manuel se va a lo pragmático, ignorando lo
emocional.
—Gracias —digo subiéndome los jeans.
—Dejaste un vacío grande. Las madres solteras no pudieron
llenarlo.
¿Qué quiere? ¿Qué caiga de nuevo usando ese humor cruel?
Todavía siento su contacto en mi piel, y sus labios en los
míos, y no puedo sentirme más asqueada de él... de mí misma.
—Perdoná. No debí decir eso. Me hiciste pensar muchas cosas
con respecto a mí mismo y quisiera que me ayudés a...
—¿Qué? —digo volteando a verlo—. ¿Querés arreglar las cosas
ahora? ¿Tan buen polvo salí?
Arruga el ceño.
—Haberme acostado con vos no significa que te quiera de
vuelta. Sí, te amo todavía. Y sí, te extraño con todo mi ser... pero eso no
quiere decir que desee que regresés a mi vida. Por fuera de ella estás bien,
ahí es donde debés estar.
—¿Por qué sos tan radical y cerrada?
Él sabe cuántas cosas tontas hice por él... él sabe lo
flexible que fui...
—Te lo hubiera dado todo, Manuel. Todo de mí... lo que
tengo, y lo que voy a tener. Te lo hubiera entregado todo, gustosa, si tan
sólo...
Veo su fachada magnífica. Con su cuerpo, pequeño para ser
masculino, pero atlético, ese pelo que me encanta... y su rostro indiferente.
No siente nada y yo estoy a punto de derrumbarme ante él... otra vez.
Recupero la compostura con dificultad y limpio una lágrima
que alcanzó a rodar.
—Las muestras gratis son pequeñas por una razón. Si lo
querés todo, te cuesta, ¿cierto?
Sé que entiende mi metáfora, porque siempre entendió mi
forma de expresarme.
—Me odiás.
—No puedo —confieso—. Me odio a mí, por quererte. A vos, no
puedo.
—Kiddo... —me dice
levantándose de la cama.
—No me digás así —le pido, porque ese apodo hijo de puta es
una de las cosas que más extraño.
—Yo no te quería lastimar.
—No claro que no. Por eso cuando lo hiciste, no lo
arreglaste.
—¡Tenía cosas más importantes en la cabeza!
Como si yo necesitara más golpes bajos, él deja escapar esa
perla. Suelto una risa forzada.
—¿Me pedís un taxi? —digo con una sonrisa temblorosa en los
labios.
—Paula, no te vayás. Dejame hablar.
—¿Para qué? Manuel, ya las cosas pasaron. Esta charla es
algo que no planeé. Vine sólo por sexo.
—Vos no sos una mujer de sólo sexo.
—Lo fui hoy.
—Quiero explicártelo todo.
—Ya no vale.
—¡¿Por qué sos tan terca?!
Su fuerte tono de voz, me sobresalta, pero no voy a discutir
a gritos con él. Miro sus ojos oscuros y su entrecejo fruncido, y lo único que
pienso es en lo mucho que lo quiero todavía.
En cómo extraño sus saludos en las mañanas, y sus despedidas
en las noches.
En lo mucho que necesito escuchar su voz cada vez que
contesto el teléfono...
Me acerco a él y acaricio su mejilla rasposa de una forma en
que jamás lo hice. Jamás me lo permití. Llevo mi mano hacia su nuca y deslizo
mis dedos entre su pelo. Es suave, y no me sorprende. Debe usar un champú
carísimo.
Acaricio su mandíbula y deslizo mi pulgar por las pequeñas
cicatrices en su labio superior.
—Podés encontrar mujeres más inteligentes que yo... más
bonitas, más preparadas... pero ninguna va a ser yo. Ninguna te va a querer
como yo. —Me acerco a su boca—. Y te va a pesar, vejete. Cuando te cansés de
hablar trivialidades, cuando el sexo sea completamente
vacío, te va a pesar. No hoy, tal vez no mañana. Un día. Cuando estés más
viejo, y tu verbo y tu plata sean insuficientes para conseguir perritas que sí se
acuesten con vos a cambio de una película y unos besos con sabor a chicle de
menta y mentiras.