En muchas ocasiones he escuchado el término “once in a
generation”, una vez en una generación, y he vivido para ver escritores,
directores de cine, en incluso cantantes encajando a la perfección.
También he visto actores de la talla de Meryl Streep o
Anthony Hopkins destacándose sobre muchos otros, y manteniéndose ahí, arriba, a
través de los años.
Pero en raras ocasiones un artista relativamente nuevo para
el mundo, logra un ascenso tan vertiginoso y una estabilidad tan sólida, como
Benedict Cumberbatch.
Nacido de padres actores, en una buena posición socio-económica,
Cumberbatch ha sido la respuesta británica a la súplica de Hollywood por un
actor versátil y convincente “de los 30 a los 40”, en donde no entran
jovencitos con capacidades dudosas y sobreexposición abusiva, o Brad Pitt(s) y
Matt Damon(s) que a pesar de su talento, han perdido ese elemento de novedad
con el público, debido a sus largas y reconocidas carreras.
Con unas facciones elegantemente extrañas, una voz tan
profunda como las fantasías que despierta en miles de jovencitas, una
filmografía respetable y una maravillosa capacidad de convencimiento, el
británico está tomándose Hollywood por asalto, sin que nadie pueda evitarlo.
Conocí a Benedict Cumberbatch en The Other Boleyn girl, y a
pesar del elenco de grandes luminarias, encabezado por Natalie Portman,
Scarlett Johansson y Eric Bana, el tipo brilló como William Carey. Con sutileza
y hasta ternura. Del mismo modo en que brilló Eddie Redmayne en la misma
película. Como si supieran que estaban destinados a algo mejor, algo grande,
sólo unos años más tarde.
Volví a verlo por casualidad, en Stuart, a life backwards,
donde comparte créditos con otro de los geniecillos actorales regalos de la
reina: Tom Hardy. Cumberbatch interpreta a Alexander Masters, un periodista que
sigue la historia de un ex convicto con distrofia muscular, y me permitió ver a
través de los ojos del personaje. Su dolor se volvió mío, y la sencillez de su
interpretación, le dio más veracidad.
Entonces, Sherlock llegó a mí.
Oh, las maravillas de la BBC.
La visión contemporánea del clásico personaje de Sir Arthur
Conan Doyle es refrescante, cínica, divertida y adictiva.
Una de las mejores series que he visto en la vida.
Acompañado de Martin Freeman como John Watson, el Sherlock
Holmes de Cumberbatch se destaca positivamente entre otras interpretaciones del
mismo ícono.
Luego vi Atonement, y genuinamente lo odié. Con las fuerzas
de mi alma y la impotencia que causa la película debido a las acciones de su
personaje, Paul Marshall. Me pareció repugnante, y despertó mi curiosidad que
un tipo que podía verse tan tierno, pudiera interpretar de forma convincente un
rol tan despreciable.
Con Third Star, Benedict recuperó ese halo dulce, entrando
en la piel de James, un enfermo de cáncer, quien pide a sus mejores amigos
hacer un último viaje a la playa con él. A medida que el grupo nos cuenta sus
secretos, incluso algunos que no nos interesa saber, nos aproximamos a ese predecible
pero devastador final.
Cumberbatch se acerca de forma tan cuidadosa a los protagonistas,
que logra brindarles tonos diferentes, dándole a sus roles lo mejor de sí, como
lo hizo al interpretar a Stephen Hawking en Hawking. Su acercamiento a la vida
del genio fue conmovedor y creíble, como lo es su reto en el cortometraje
Inseparable, en el cual da vida a un padre de familia diagnosticado con una
enfermedad terminal, que decide intercambiar su vida con la de su hermano
gemelo.
En War Horse, con el Mayor Jamie Stewart, un rol pequeño, se
destaca su capacidad de transformarse en un militar de época, papel que de
cierta forma repite en la serie de HBO y BBC: Parade’s end, en la cual
interpreta al honorable Christopher Tietjens, a mi parecer, uno de los proyectos
más interesantes que ha hecho, debido al evidente romanticismo de la trama.
Sus personajes más ingenuos, a excepción del apacible
Bernard en la miniserie Small Island y del pequeño Charles en esa impresionante
August: Osage County, vienen de la mano de la adolescencia. En Fortysomething,
en donde interpreta a Rory Slippery, el hijo mayor de un Hugh Laurie que de la
noche a la mañana adquiere el don de la telepatía, y en Starter for 10,
estelarizada por James McAvoy y Rebecca Hall, en la que le da vida a Patrick
Watts, la ridícula caricatura de un universitario cerebrito. Aunque es
divertido verlo en papeles poco dramáticos y más juveniles, sus capacidades
actorales no muestran ninguna presión para brillar con mayor fuerza.
Por suerte, llegó una película como Tinker Tailor Soldier
Spy, en la cual un actor promedio difícilmente podría destacarse junto a grandes
como Gary Oldman, John Hurt, Colin Firth, Mark Strong y Tom Hardy. Por suerte,
la película tiene un ritmo tan paciente, tan tranquilo, que cada uno de estos
monstruos tiene oportunidad de brillar en este drama sobre espías durante la
guerra fría, incluído Benedict.
Con el tiempo vino su oportunidad de llegar a las masas
amantes tanto de la ciencia ficción, como del cine de acción: Star Trek Into
Darkness. Su rol como Khan, un villano clásico, tan elegante como inteligente e
intrigante, atrajo la atención inmediata de los medios de comunicación, de esos
fanáticos superficiales del cine que no lo conocían aún, y, cómo no, de los
productores de Hollywood.
En varias ocasiones he dicho que para mí, Benedict se está
transformando en una especie de virgen, o santo, de esos que para el vulgo
salen en todas partes: tostadas quemadas, humedades en la pared, la corteza de
un árbol, y no estoy tan lejos de la realidad: Benedict Cumberbatch, está en
todas partes.
Su papel en la famosa franquicia espacial, lo ha llevado a participar
en dramas respetables, como el ganador del Óscar 12 years a slave, del cual no
puedo dar mi opinión por mi aversión a las películas de violencia denigrante
contra la raza negra, y The fifth estate, el cual protagoniza, dándole vida al
controversial Julian Assange.
También lo llevó a prestar su voz para Smaug, el
impresionante dragón de la franquicia The Hobbit del director Peter Jackson.
Su participación en dramas radiales se disparó, como también
lo hicieron sus narraciones para documentales, sus apariciones en público, sus
nominaciones a premios importantes, y sus entrevistas.
Es un placer darse la oportunidad de conocer sus trabajos
anteriores, a veces es un placer medio amargo, como me ocurrió con Van Gogh:
Painted with words, debido a su excesiva teatralidad y narración epistolar,
pero en otras ocasiones es un placer satisfactorio, como me ocurrió con
Wreckers, tal vez el papel en el que el británico ha mostrado su mejor
capacidad interpretativa, en mi opinión.
Su personaje tiene tantas aristas, tan cubiertas por la impecable
actuación, que es fácil darnos cuenta por qué Cumberbatch ha llegado hasta el
punto en el que actualmente está.
Justo ahora, en boca de la crítica por su interpretación de
Alan Turing, el genio atormentado que descifró el código ENIGMA durante la
segunda guerra mundial. Según la mayoría de comentarios circulando en internet,
su acercamiento a Turing es poderoso, debido a la capacidad del actor de
adoptar esa dualidad del personaje. Como cosa rara, a Colombia la película
llegará tarde, seguramente cuando ya esté lista para descargarla de forma
ilegal en HD.
Amanecerá y veremos.
Ahora, finalmente llegué al punto. El por qué me decidí a
hacer una audio-lectura de Benedict Cumberbatch: Doctor Strange.
Para muchos, es un personaje poco familiar, y seguramente
cuando les diga a grandes rasgos quien es, no quedarán muy impresionados:
Stephen Strange es un neurocirujano exitoso, con la capacidad (desconocida) de
ver algunos elementos sobrenaturales, que por “razones de fuerza mayor” emprende
una especie de viaje epifánico en busca de su poder real.
Eso es más o menos todo lo que puedo decir sin revelar demasiado
a quienes no lo conocen. Ahora, ¿por qué Benedict Cumberbatch es una muy buena
opción para interpretar a este héroe heterodoxo?
Profundidad.
Para nadie es un secreto que en cuestión de adaptaciones de
cómics al cine, las apuestas actorales se hacen cada vez más altas, y para
acercarse a un personaje cuyo poder es la magia, no podían escoger a un
charlatán que le diera tintes cómicos a un héroe que no los merece. Necesitaban
a alguien serio, entre los 30 y los 40 años, con una interpretación creíble, y,
cómo no, una voz profunda.
Stephen Strange es un tipo de fondo medio trágico, arrogante
y aprendido, y tal vez será una nueva oportunidad para que el estilizado
Cumberbatch siga dejando su huella profunda en la industria cinematográfica.
Una huella que, espero, sea visible durante muchos años.
“Una vez, tal vez dos, en una generación.”