El Purgatorio. Batalla entre el Cielo, y el Infierno.
Mientras
combatía con sus enemigos, el Arcángel Miguel, General de la Armada del Paraíso, respiró
profundo y observó como la demoníaca bruma negra que dejaban los malignos al
morir, se mezclaba de forma inevitable con el polvo plateado en el que se
transformaban los espíritus celestes.
Por
un segundo pensó que básicamente eran las mismas criaturas con diferente
núcleo; Ángeles y Demonios provenían de la misma fuente, como... hermanos,
así que no podía evitar cierto dolor mientras atravesaba sus cuerpos con su
espada y cortaba sus cabezas con su Katana.
Pero era necesario para salvar a la humanidad de un futuro peor que su
presente. Suficiente tenían los hombres y mujeres con tomar malas decisiones, y
dejarse influenciar negativamente por los medios de comunicación y sus propias
vanidades; no necesitaban ayuda extra para terminar de transformarse en los
monstruos que algunos en efecto ya eran.
—General
—dijo el Arcángel Zadquiel sacándolo de su ilusión, mientras la bruma negra del
Demonio que acababa de decapitar se disolvía en el ambiente.
El
Guerrero tenía un modo bastante... peculiar
de hacer las cosas.
Armado
con una Ballesta además de su espada, podía herir a sus objetivos a larga distancia,
y luego acercarse para terminar con ellos. Sin embargo, no se conformaba con
eso. Antes de aniquilarlos, y comportándose de forma heterodoxa para un ente
celestial, el Arcángel retiraba sus flechas del cuerpo de su víctima, duplicando
el dolor pre mortem. Tal vez el
interceder ante el Jefe por los pecados de los humanos, lo tenía más amargado
que de costumbre.
—¿Sí,
Guerrero? —dijo Miguel.
—¿Es
eso lo que creo que es? —preguntó
Zadquiel dando una cabezada hacia lo que parecía ser un magnífico Demonio
envolviéndose en sus alas para protegerse del ataque de un Guardián. La
criatura se descubrió justo en el momento exacto para perforar el estómago del
Ángel con un elegante puñal de Metal Rojo, el único material capaz de aniquilar
espíritus del Paraíso con sólo un corte superficial.
Gracias
a su ausencia de casco, ambos Arcángeles pudieron percatarse de que el parecido
de aquel ser con su otrora hermano Luzbel era impresionante...
—Sí,
Z —dijo Miguel—. Es uno de sus hijos.
Zadquiel
envió una ráfaga de flechas hacia un demonio a su lado derecho.
—¿En
qué rayos estaba pensando él al
enviarlo al frente? —preguntó.
Miguel
observó los ágiles movimientos de la criatura al aniquilar a un Guardián más, y
obtuvo su respuesta.
—En
que es un excelente elemento. Casi tan bueno como nosotros —susurró el General
observando al maligno quien extendía sus alas de plumas azabaches.
El
hombre se veía glorioso enfundado en una armadura negra, como si tan sólo con
el chasquear de dos dedos pudiera convertirse en el nuevo amo y señor de las
tinieblas.
Tal
vez eso fuera lo que perseguía.
La
criatura estableció contacto visual con Miguel y sonrió ligeramente antes de
fijarse con mayor cuidado en Zadquiel.
Curiosamente
su sonrisa se amplió...
Jack
D. Reepper, uno de los hijos de Lucifer, batió sus espectaculares alas negras y
movió su cabeza de un lado a otro para eliminar la tensión en su cuello.
El
momento se acercaba a pasos agigantados, y más aún después de haber notado en
los oscuros ojos del Guerrero que lo observaba, su necesidad de sangre
demoníaca. No veía su trabajo como una misión, lo veía como una necesidad.
Seguramente
se trataba de Zadquiel, el Arcángel a quien Cadmo e Iblis habían casi
aniquilado en el pasado.
Razones
de sobra tenía para utilizar su ballesta como lo hacía. En ese momento, el
enorme Arcángel se dirigía hacia un demonio herido para recuperar sus flechas. Tras
arrancarlas de su cuerpo haciéndolo chillar de dolor, se inclinó sobre el
maligno, susurró algunas palabras, tal vez una tortura en Enochian, y de un solo tajo desprendió la cabeza del cuello.
Jack
respiró profundo y dio una ágil vuelta sobre sí mismo cortando el vientre de
otro Ángel Guardián con su puñal rojo, pensando que en efecto, si alguien merecía un enfrentamiento con uno de los
hijos de Lucifer, era el Arcángel Zadquiel.
Los
Demonios eran incansables; seguramente esa fuerza interna se debía al
entrenamiento especial recibido durante los últimos siglos y al parecer habían
sido sometidos a fuertes pruebas de resistencia, porque continuaban luchando
incluso con heridas mortales, como si supieran que era mejor caer en batalla
que regresar al Infierno y enfrentarse a la ira de su amo.
De
igual modo, por salvar a la humanidad, los Guerreros y Guardianes Celestiales permanecían
a la altura atacándolos de frente con sus espadas básicas ó sus armas
especiales.
Por
ejemplo, el Arcángel Uriel, enfundó su larga espada base y sujetó sus Dagas Gemelas
girándolas diestramente en sus manos.
Siempre
había preferido el ataque frontal y cercano.
Sonrió
de forma torcida y corrió hacia uno de los líderes del Ejército Infernal, pero
tuvo que detenerse cuando la criatura envolvió su cuerpo en sus alas
membranosas y se desmaterializó en el aire.
Era
de esperarse que las creaciones de Lucifer no acataran las Reglas de Batalla
previamente establecidas; el mismo Rey de las tinieblas era quien era por
saltarse las normas. Sin embargo, eran predecibles.
Uriel
giró sobre sus talones y se hizo un ovillo antes de sentir la presencia justo
frente a él. Se incorporó de golpe y de tajos idénticos, decapitó al infernal
con ambas dagas logrando que se transformara en una bruma negra, y regresara de
vuelta a su tibio hogar.
Una
ronca carcajada hizo vibrar el centro de su pecho.
—Me
gusta tu estilo, hermano —dijo el Arcángel Jofiel clavando su Hacha de Guerra
en la frente de un Demonio para poder decapitarlo con su espada—. Algo
dramático, pero aceptable.
Uriel
respiró profundo recuperando el aliento antes de dar una perfecta vuelta sobre
sí mismo y decapitar a otro infernal, esta vez con sólo una daga.
—Yo
no digo nada sobre tus golpes de bárbaro, así que cierra la boca.
Jofiel
soltó otra carcajada que tuvo que interrumpir al sentir un ligero corte en su
cara.
Claro,
un insignificante Demonio no había calculado bien su ataque y había rozado con
su espada la mejilla izquierda del Arcángel, en lugar de cortar su cuello, ó
atravesarlo.
Sería
su último error.
Jofiel
lanzó un grito de ira hacia el Infinito y atacó al infernal con su Hacha,
decapitándolo gracias a la fuerza de su golpe. El grotesco sonido de ruptura rústica
era mucho más desagradable que el de un corte limpio, pero el resultado era el
mismo, así que ¿qué importaba?
En
el lado opuesto del frente celestial, el Arcángel Gabriel utilizaba su
impresionante Alabarda para decapitar a grupos enteros de infernales con un solo golpe. Su afilada
arma y su impecable pulso eran parte vital de los mejores ataques de la milicia
de Ángeles.
A
su lado, Samuel trituraba cráneos y dislocaba articulaciones con su Mangual,
debilitando a los Demonios para poder decapitarlos con total calma. Por
desgracia, su arma carecía de la elegancia y sutileza que él revelaba, pero era
ideal para debilitar al enemigo antes de acabar con él. Como majar carne para
un asado infernal.
—Agh
—protestó Gabriel agitando su cabellera rizada y rubia—. Detesto esta bruma. Es
como nadar en cenizas.
—Aniquilas
más de dos por vez. Ve más despacio.
El
Arcángel Gabriel negó con la cabeza y se atrevió a soltar una corta risita.
—Claro
que no, Samuel —susurró fijando su mirada en el uno de los líderes de los
infernales.
Ese
pelo rizado y rojo, era completamente reconocible.
—Ahora
está al frente... ¿Quién lo diría de un ser como él? —dijo su compañero.
—Ahriman
—gruñó Gabriel girando violentamente su maciza anatomía, decapitando cinco
infernales de un golpe—. Tuvimos piedad en el pasado. No va a contar con tanta
suerte esta vez.
—Voy
por él —susurró Samuel girando su brazos para golpear el rostro de una brutal
Demonio quien de pié frente a él blandía un látigo negro.
El
Mangual destrozó los huesos
transformándolos en una grotesca masa de carne sanguinolenta.
La
mujer se desplomó en el suelo aullando como un animal herido, acariciándose el
desfigurado rostro con ambas manos.
En
un acto de misericordia, empujado por la impresionante demostración de dolor,
Samuel cortó de tajo el cuello de la infernal con su espada antes de seguir su
camino hacia Ahriman, quien sonrió ampliamente al notar la cercanía del
Arcángel. Luego soltó una carcajada, mientras sacaba su espada de Metal Rojo de
las entrañas destrozadas de un Guardián que se transformó en polvo plateado
antes de disolverse en el ambiente dejándolo impregnado de esencia victoriosa.
—¿Te
satisface matar Guardianes? —le preguntó Samuel.
—Es
como preguntarle a un fumigador si le satisface aniquilar cucarachas, Guerrero.
—No
va a ser tan fácil conmigo, maligno.
—Por
favor... Sólo hago mi trabajo. —El
desgraciado había tenido la osadía de recordarle justo lo que había usado como
escudo para poder escapar de la justicia divina—. Y soy jodidamente bueno en
ello.
—No
tan bueno como yo en el mío, Ahriman. —Samuel giró diestramente la bola de su Mangual en el aire, como si sólo fuera
un juguete en manos de un hábil niño—. Jamás
como yo en el mío.
Miguel
jadeó mientras blandía sus pesadas espadas en el aire. Su sable Samurái y su
espada base estaban tan coordinadas que parecían dejar una estela luminosa
cuando las agitaba. Logró decapitar un par de demonios de un solo tajo, antes
de comenzar a percatarse de la magnitud de lo que ocurría.
Sus
ojos azul eléctrico se deslizaron sobre las decenas de Ángeles Guardianes que se
retorcían en el suelo llorando de dolor, mientras crueles demonios se cernían
sobre ellos para torturarlos como anticipación a su muerte.
Sintió
pena por sus hermanos caídos, y por los que estaban a punto de caer, quienes
seguían luchando a pesar de sus amputaciones.
No
era justo, pero era necesario.
Sin
embargo, él podía ser mucho más que un testigo presencial de la caída de los
más débiles. Podía defenderlos y debía hacerlo.
El
sólo hecho de pensar en que su amada 45678 pudiera...
En
el pasado había sido célebre por atacar a los Demonios más poderosos, pero esta
vez no lo haría. Proteger también era una forma de combatir, así que era hora
de tomar un nuevo rumbo y darle la oportunidad a alguien más.
Respiró
profundo, cerró los ojos, giró sobre sus talones y cortó a la mitad el torso
del Demonio que pretendía atacarlo por la espalda. Con una rodilla en el suelo,
cercenó de un tajo el cuello de la criatura enviándola de vuelta a su hogar.
—Es
tuyo —le dijo a Zadquiel con la respiración agitada.
—¿Qué
cosa? —dijo el Guerrero descargando una ráfaga de flechas hacia una pareja de
Demonios a varios metros de distancia.
—Sé
que esperabas que yo acabara con él. —Se refería al Hijo de Lucifer—. No
lo haré.
—Pero...
—Es
más importante para mí salvar a los Guardianes, Zadquiel. Tú tienes la fuerza suficiente
para aniquilar a uno realmente poderoso. Sé que no vas a defraudarme, hermano.
Confío en ti.
Zadquiel
respiró profundo sintiendo un nuevo peso sobre sus hombros, y arrugó su
entrecejo antes de dar una única cabezada.
Alimentado
por la confianza, y por su sed de justicia, se encaminó hacia el hijo de
Lucifer, pensando en los enormes zapatos que, por esta vez, debía llenar.
Cadmo
e Iblis sonrieron ampliamente observando al par de figuras angelicales que
luchaban frente a ellos.
Un
hombre y una mujer.
Iblis
tenía la leve impresión de haberla visto antes, pero no recordaba bien bajo qué
circunstancias, en cambio a él...
Ese
Arcángel hijo de puta era uno de los hombres más hermosos que había visto en
toda su vida, y además era un luchador impecable. No desperdiciaba tiempo
jugando con el adversario, ni siquiera perforaba ó cortaba. Sólo atacaba cuando
tenía la certeza de que su golpe iba a ser mortal, lo cual era digno de una
inteligencia superior. Rafael iba directo al grano... y eso sólo lo hacía
pensar en como se comportaría a la hora del sexo. Debía ser un dios en la cama.
Todos esos masculinos músculos...
—¿Quién
es ella? —preguntó Cadmo sacándolo de su ensimismamiento. Iblis se encogió de
hombros y volvió objetivo de su escrutinio a la mujer que peleaba como si la
lucha fuera su alimento.
Sonreía
ligeramente, pero no porque fuera una sádica enferma, ó una debilucha
traumatizada como Zadquiel. Lo hacía porque estar ahí le daba felicidad a su
alma.
La
recordó de golpe y sonrió ampliamente antes de clavar su daga roja en el
estómago de un Guardián que se aproximaba a su derecha.
—Vaya,
vaya, vaya... es 8. La hermana de Rafael.
Cadmo
entrecerró los ojos concentrándose en la soberbia figura de la mujer enfundada
en una armadura envidiable, quien utilizaba las cadenas en su mano izquierda
para acercar el enemigo.
—¿Hermana?
—preguntó.
—Hermana
de Lux.
—Estaban
cortos de Guerreros, ¿eh?
—No,
tal vez sólo se dieron cuenta de que es realmente buena. Es una pena que
estemos nosotros aquí, ¿no te parece?
—Sería
un buen elemento en el Infierno.
—Los
Guerreros jamás se doblegan.
—¿Ella
es una de ellos?
—Por
favor, Cadmo —dijo Iblis rodando los ojos—. Sólo mírala.
La
mujer se movía como pez en el agua y era tan certera en sus golpes como su
propio hermano. Una vez más, Iblis tenía razón.
Cadmo
pensó que era una verdadera lástima tener que verla morir.
8
flotaba en el séptimo cielo (figuradamente hablando) mientras la batalla de la
que hacía parte vital, se desarrollaba a su alrededor.
Con
razones de sobra el Jefe le había permitido combatir; seguramente Él sabía a la
perfección que preferiría morir antes que rendirse. Además de su valor, esa Lux mestiza que parecía hervir a través
de sus venas, la hacía sentir eufórica y más fuerte que nunca. Se sentía
invencible.
—Calma,
hermana —gruñó Rafael girando su espada sobre su cabeza, haciendo silbar el
aire antes de girar sobre sus talones y alcanzar el cuello de un demonio tras
él.
8
soltó una corta risita, lanzando sus cadenas hacia una maligna de casi dos
metros.
Los
lazos de metal se enredaron en las fuertes piernas y la hicieron caer
bruscamente al suelo antes de que 8 comenzara a halarla hacia sí. Al tenerla lo
suficientemente cerca, pudo decapitarla con un perfecto movimiento de la espada
en su mano derecha.
—Si
bajo el ritmo, el mal va a tomarse el mundo, hermano.
—Pareces
poseída —dijo Rafael sonriendo.
En
medio de la espesa bruma negra liberada por la Demonio, la sonrisa de 8
resplandeció impecable, demostrando abiertamente su felicidad.
—Es
el espíritu de la justicia y mi amor por la humanidad...
Una
entidad maligna tomó forma tras ella justo antes de hablar con voz ronca.
—Lástima
que la justicia y el amor no valgan tu sacrificio, mujer.
Samuel
detestaba reconocer que Ahriman no era sólo un Demonio. Era una entidad muy
bien entrenada.
No
había logrado golpearlo con su Mangual,
porque la criatura se movía como si danzara con él, anticipando cada movimiento.
Doblándose en sí mismo, girando, saltando...
Nada
más impráctico que una lucha coreografiada.
Aunque
de igual modo, Samuel lograba esquivar los desplazamientos del maligno gracias
a sus estilizados movimientos lo que lo hacía pensar en que tal vez bailaran la
misma melodía. Si contaba con suerte, su pareja de baile se iría al infierno
transformado en una bruma incorpórea.
—¿Estás
cansado? —preguntó Ahriman con sorna mientras blandía su espada en el aire—.
¿Por qué no buscas el descanso eterno y la maldita luz perpetua? —Lanzó su
ataque de forma diagonal hacia la cabeza de Samuel, quien se inclinó justo en
el momento oportuno.
Varios
mechones de su cabello cayeron al suelo como una lluvia ligera.
Con
el corazón latiendo desbocado, y la Lux Aeterna volando a través de sus
venas, Samuel lanzó un fuerte grito antes de mover su Mangual con
elegancia. No era la fuerza, era cómo la usaras, y el Jefe había tomado una
decisión más que sabía al brindarle esta arma a él.
Su
cálculo y su fuerza fueron tan certeros que alcanzaron el rostro de Ahriman,
deformando la parte izquierda.
La
carne de la mejilla se desprendió con el golpe, dejando expuestos los dientes,
a duras penas cubiertos por tejidos sanguinolentos y algo de hueso.
El
grito de sufrimiento lanzado por Ahriman fue como el último compás de una canción.
Las
cosas no estaban saliendo bien. Y 8 estaba 100% segura de ello porque su
hermano había sido herido en la parte baja de la espalda y como si fuera poco,
continuaba inquietándose por su bienestar... Tan torpe. Debería estar
preocupándose sólo por su propio desempeño, porque en tanto su sobreprotección
hacia ella se prolongara, la situación
iba a empeorar.
Rafael
combatía un Demonio llamado Iblis, uno de los cuales había torturado a Zadquiel
en el pasado, y a todas luces era el adversario más difícil. Las heridas leves causadas
por armas ordinarias antes del enfrentamiento, estaban pasando factura, y su
debilidad era ahora evidente debido a la pérdida paulatina de Lux.
Intentando
concentrarse en su propia pelea, 8 lanzó su cadena izquierda hacia las piernas
de Cadmo, el compañero de Iblis, pero no logró derribarlo.
El
Demonio adivinó su ataque y se desvaneció durante un momento, antes de reaparecer
frente a ella pisando los eslabones.
—¿Crees
que con un arma tan básica vas a lograr doblegarme?
—Creo
que puedo intentarlo —dijo 8 halando los hierros con todas sus fuerzas.
No
logró que la criatura cayera al suelo, pero sí que se tambaleara lo suficiente
como para poder propinarle un buen golpe en la cara con la cadena de su mano
derecha.
Cadmo
lanzó un chillido de agonía en tanto la sangre negra comenzó a manar de su
mejilla, y luego, envió un ataque hacia ella, dejando mucho que desear. El
golpe de su daga no fue certero, y sólo logró rozarle a 8 parte del brazo
izquierdo.
Entonces,
la Guerrera
percibió la debilidad de su hermano, quien jadeaba ante cada movimiento como si
no pudiera respirar.
Los
desplazamientos del Arcángel estaban haciéndose lentos, y el arma de Metal Rojo
de su adversario se acercaba cada vez más a su anatomía.
—Maldita
sea —gruñó 8 ante su súbito deseo de protegerlo.
Sin
pensarlo dos veces, se interpuso entre su hermano y su atacante, y movió sus
brazos con fuerza haciendo ondear sus magníficas cadenas.
Tras
decapitar a un nuevo Demonio, Uriel giró sobre sus talones esperando recibir de
parte de 8 una mirada de admiración...
...
que no llegó.
En
cambio, pudo ver un encarnizado combate entre Rafael, ella y dos Malignos, y
por desgracia, la ventaja no estaba a su favor.
Rafael
pasaba trabajos para neutralizar al enemigo, y 8...
—¿Qué
te pasa Uriel? —preguntó Jofiel clavando su Hacha de Guerra en la mandíbula de
una espigada demonio, para arrancársela de un solo tirón. La herida dio origen
a una grotesca erupción de sangre negra, que salpicó violentamente la impecable
armadura del Arcángel.
El
grito de dolor se vio interrumpido por el limpio corte de una espada que
desprendió la cabeza de su cuerpo.
Luego,
la entidad malvada cayó al suelo y se desvaneció en una nube de denso humo
negro.
—Agh
—se quejó Jofiel antes de cortar transversalmente con su espada la cabeza de
otro Maligno. Clavó su Hacha en el estómago de otro y envió al suelo a un
cuarto, golpeándole la cabeza con la suya—. ¡Oye, idiota! —le dijo a Uriel—.
¿Acaso piensas dejármelos todos a mí?
Su
compañero no respondió. Permaneció justo donde estaba, observando la pelea de
la que 8 hacía parte.
Sus
cadenas resultaban insuficientes para defenderse del incesante ataque del
Demonio al que combatía. La entidad era poderosa y poseía buenas armas; un
afilado sable y una daga roja...
Era
de público conocimiento en el Paraíso que sólo los hijos de Lucifer y los
Demonios mejor capacitados ganaban el derecho de poseer armas de Metal Rojo,
las cuales tenían entre muchas facultades, la de causar heridas mortales a los
entes celestiales. Incluso los rasguños desencadenaban en profundas heridas
incurables.
Ningún
miembro de la
Jerarquía Angélica, podía regresar a su cuerpo después de
eso...
Uriel
arrugó la nariz justo antes de girar sobre su eje, enterrando su par de Dagas
en el pecho del Demonio que se lanzaba contra él. Tras liberar una, decapitó al
maligno con un limpio corte.
Entonces,
mientras el humo negro se disipaba en el ambiente, pudo observar una lucha que
le interesaba incluso más que la suya.
El
Demonio que combatía con 8 era hábil y artero. Rompiendo las reglas de batalla,
se había desvanecido en el ambiente para reaparecer de nuevo completamente
pegado a ella.
—No...
—musitó casi sin voz.
—¡Uriel!
—lo llamó Jofiel.
El
Arcángel no podía escuchar, no podía sentir algo más allá de un miedo visceral
y profundo que crecía como espuma dentro de sí. Entonces notó que el maligno
susurraba algo en el oído de 8, como si fuera su amante, y luego...
Lo
vio clavar la daga de Metal Rojo que empuñaba en su mano derecha, profundamente
en medio de la pechera de su armadura.
El
más horrible sonido que había escuchado en toda su vida, taladró el espacio
después de ello. Habían pasado eones de tiempo en los cuales había escuchado
gritos de guerra, de victoria y de dolor, pero éste era uno agónico.
Y
completamente reconocible a sus agudizados oídos.
Rafael.
—No...
—susurró Uriel.
Pudo
ver con total claridad una daga roja abandonando lentamente el pecho de una
Guardiana. La Capitana
de un Ejército. Una Guerrera.
8
cayó al suelo de rodillas mientras sus manos y cadenas presionaban la herida en
su corazón como si eso fuera suficiente para detener el escape de Lux Aeterna.
—¡NO!
—gritó Uriel.
El
Maligno que se atravesó en su camino hacia ella fue víctima de su furia, ya que
el Arcángel clavó una de sus Dagas en el ojo derecho del Demonio antes de
utilizar la segunda para degollarlo. El grito de dolor se transformó en un
grotesco gorgoteo en tanto la sangre negra comenzaba a brotar del cuello brutalmente
abierto y la criatura se transformaba finalmente en humo negro.
—¡¡¡NO!!!
—gritó de nuevo.
Malditas
fueran las Leyes de Guerra, y maldito el honor Celestial que los obligaba a
cumplirlas. No podía desmaterializarse y el espacio que lo separaba de 8
resultaron ser eternos y casi imposibles de recorrer.
Como
si su desesperación los alimentara, una multitud de Malignos interceptó su
camino.
Uno
a uno, el Arcángel pudo derrotarlos teniendo en mente una sola meta: llegar a
8.
Faltando
sólo un par de metros para alcanzarla, Uriel observó un nuevo ataque en su
contra. Seguramente aún desde el suelo, había atacado a su verdugo. Típico en
ella...
Sin
embargo, su valentía no sirvió de nada. Su cuerpo había sido herido de nuevo,
ya que esta vez, la daga roja abandonaba su estómago y el escape de Lux se hacía menos denso, porque 8
estaba muriendo.
Uriel
pudo ver con claridad el rostro del atacante.
Ojos
negros, cuerpo robusto y moreno... Sonrisa torcida.
Iblis.
Sintió
su fluido vital bullir en su interior justo antes de abrirse camino hacia él,
aniquilando demonios a su paso.
Gabriel
y Samuel giraron sus cabezas al unísono, mientras observaban la impresionante
luminosidad que sólo se presentaba cuando un Guerrero era herido. Sin embargo,
su extraordinaria percepción les dijo que no se trataba de uno de sus hermanos.
Se
trataba de su hermana.
Una
maligna carcajada les erizó la piel.
—Error
básico, Guerrero —dijo la voz de Ahriman con un desagradable y húmedo sonido
haciendo eco—. Nunca desvíes tus ojos del enemigo.
Al
girar hacia él, Samuel sintió una brisa cálida, con aroma a azufre golpear su
cara
—¡Maldita
sea! —gruñó.
Ahriman
había dejado tras de sí, la sangre negra que había brotado de su herida brutal,
y su monstruosa sonrisa recién adquirida.
Nada
más.
—¿Qué
pasa? —preguntó Gabriel.
—Escapó
—gruñó Samuel sintiéndose derrotado.
—Maldita
sea, eso no importa ahora. Hirieron a 8.
El
Arcángel Samuel observó en la misma dirección y respiró profundo.
—No
—susurró con voz entrecortada—. Es mucho más delicado que eso...
Gabriel
elevó su mirada sobre su cabeza, concentrándose en uno de los Serafines que se
suponía estaban cuidándolos. Fijó sus ojos violetas en la criatura y señaló
hacia la luz con su impresionante Alabarda.
—¡VÉ
POR ELLA! —gritó.
—Ya
es tarde —susurró el Espíritu Celeste del primer coro con esa suave y
enigmática voz.
—¡NUNCA
ES TARDE, SERAFÍN! ¡¡¡VÉ POR ELLA!!!
—Ya
es tarde, Guerrero.
—¿Y
VAS A QUEDARTE AHÍ SIN HACER NADA? ¡Eres una vergüenza para el Paraíso!
La
criatura batió sus 6 alas haciendo caer a ambos Arcángeles al suelo, mientras
los Demonios que los rodeaban desaparecían en el ambiente transformándose en
una bruma densa y sombría. Luego se acercó peligrosamente al rostro de Gabriel,
y adoptando su verdadera forma andrógina, abrió sus enormes ojos oscuros para
fijarlos en los del Arcángel mientras su cabellera negra se agitaba en el aire
tras de sí.
—No
eres nadie para ordenarme cosas, Guerrero. Sólo el Omnipotente puede disponer
de mí a su antojo.
—Estamos
en medio de una guerra, Seraphim —dijo Gabriel—. No hay cabida para tu
orgullo aquí. No has movido un dedo desde que la lucha empezó, aunque sabes que
eres mucho más poderoso que nosotros.
—Puedes
deshacerte de ellos con el chasquear de dos dedos —observó Samuel con la voz
llena de frustración.
—Sólo
porque puedas, no significa que debas —explicó el Serafín.
—Vete
a la mierda con tus palabras filosóficas —dijo Gabriel ignorando el tirón de
sus alas al perder dos plumas por su mala palabra; ni siquiera durante una
batalla las leyes de buen comportamiento dejaban de reprenderlos por sus
obscenidades. Giró su Alabarda en el
aire para agredir a un nuevo maligno, pero sólo logró cortar la parte superior
de su cabeza antes de poder atacar de nuevo. Sin embargo, Samuel se encargó del
demonio mutilado, decapitándolo con una disección impecable.
—Esto
es lo que significa Hermandad, Serafín. Todos somos Sus hijos... Todos
nosotros. Va a sentirse avergonzado de Su creación cuando sepa que
uno de los Espíritus Celestes del Primer Coro prefirió cruzarse de brazos a
brindarle su ayuda a una de sus hermanas.
Seraphim enfocó
sus negros ojos de nuevo en Gabriel y descendió su anormal fisiología para
hablarle de cerca.
—No
te creas más listo de lo que realmente eres, Guerrero. La soberbia es un
pecado, tanto como lo es la pereza de la que me acusas. Cuida tu espalda —dijo
antes de respirar profundo y agitar de nuevo sus alas, eliminando de golpe otro
grupo de demonios, incluyendo al que cernía su puñal sobre la espalda de
Gabriel
Entonces,
voló hacia 8, sabiendo perfectamente, como al principio, que no había nada por
hacer.
En
otro lugar de la batalla, concentrado en su labor, Zadquiel apuntaba una nueva
ráfaga de flechas hacia su objetivo: el hijo de Lucifer.
La
primera sólo había logrado penetrar parte sus alas y uno de sus brazos, porque
debido a su agilidad y a sus veloces movimientos había resultado imposible
atacarlo de forma más eficaz.
De
repente, el tipo extendió sus alas heridas y puso ambos brazos en ángulo recto
con el resto de su cuerpo, adoptando la posición más vulnerable.
—¿Qué
rayos...? —se preguntó Zadquiel mientras sus afiladas flechas perforaban la
armadura de Jack hiriéndolo en partes vitales de su cuerpo.
Su
garganta, su pecho, su estómago y la parte interna de una de sus piernas.
Con
precaución, temeroso de cualquier plan que hubiera desarrollado la criatura
para atraparlo, Zadquiel se acercó con lentos pasos, llevando en alto su
magnífica espada mientras los más valientes Guardianes, eliminaban demonios
rasos despejando el camino para él
Las
alas negras se removieron en el suelo, sin que su portador se alterara.
Luego,
el tipo sonrió de forma torcida y tosió ligeramente escupiendo sangre negra
sobre su propio cuerpo.
—¿Vas
a terminar tu trabajo, pedazo de imbécil? —le preguntó.
Zadquiel
arrugó el ceño y rechinó los dientes.
—¿Qué
pretendes, fenómeno?
—Lo
mismo que tú. Librarme de la mierda que detesto. Tú matas Demonios, yo... me
dejo matar por ti.
Zadquiel
negó con la cabeza.
—¿Por
qué?
—Porque
es la mejor manera de vengarme de mi padre por no dejarme hacer la vida que
realmente deseo. ¿Qué puede ser peor para Lucifer que su hijo predilecto se
rinda ante su enemigo? Eres un hijo de puta, pero uno muy afortunado, Zadquiel.
Y vas a ser material de leyenda en el Paraíso.
—Luchamos
por el bien absoluto, no por vanidad propia, infernal.
—¿Crees
que eso me importa? Hazlo ahora.
Zadquiel
permaneció un momento moviendo sus fuertes dedos en la empuñadura de su espada
y sintiendo que de algún modo bizarro, le debía al hijo de su hermano
descarriado la oportunidad de defenderse.
—No
voy a atacar a alguien indefenso.
—¡VAMOS,
IMBÉCIL! —gritó Jack—. Has estado haciéndolo desde que esto comenzó. ¿Qué
defensa puede tener una criatura con flechas atravesándolo de lado a lado? ¡NO
ES HORA DE TENER DUDAS Ó MISERICORDIA! ¡Soy el hijo del Demonio! ¡El puto Bebé de Rosemary! ¡La mismísima Profecía! ¡MÁTAME, ARCÁNGEL!
Zadquiel
miró los negros ojos del tipo y respiró profundo, mientras veía la sangre manar
de las múltiples heridas que le había hecho con su ballesta.
Todo
parecía indicar que finalmente había llegado la hora de cobrar justicia, pero
continuaba sintiendo que no lo hacía con el Demonio adecuado.
Negó
con la cabeza una vez más.
—No
puedo... no así...
Jack
D. Reepper resopló como un toro y haciendo acopio de sus últimas fuerzas
decidió ponerse de pié frente al Arcángel, que al parecer no esperaba una
incorporación de su parte.
Limpió
someramente la sangre de su boca y enseñó su elegante puñal de metal rojo moviéndolo
en el aire frente a él.
—¡MÁTAME!
—le gritó a Zadquiel trastabillando sobre sus pies—. ¡NO MORIRÉ HASTA QUE ME
CORTES LA CABEZA HIJO
DE PUTA ESTÚPIDO! ¡MÁTAME!
Jack
sabía que ninguno de sus hermanos acudiría a su rescate, seguramente todos
tenían esperanzas en que alguien lo matara, pero nadie en el Infierno esperaría
que él mismo lo pidiera.
Necesitaba
morir, porque sabía que su Padre jamás lo dejaría en libertad. Y él no era tan
bueno como para darle el placer de decapitarlo. Al fin y al cabo, era el hijo
de su padre, y la progenie de Lucifer era rebelde como su progenitor.
Lanzó
un ataque hacia Zadquiel, sin lograr lastimarlo.
—Ya
sé lo que ocurre. Necesitas algo más de... calor. Puedo encender una
pequeña fogata sólo para que recuerdes viejos tiempos, Arcángel.
Zadquiel
gruñó desde lo profundo de su garganta, lanzando el ataque de su espada de
forma vertical. Logrando cortar una de las magníficas alas negras, que cayó al
suelo moviéndose como la repugnante cola de un lagarto.
El
grito de Jack fue tan intenso, que el Guerrero no prolongó más su dolor. Lanzando
un bramido de batalla hacia el infinito, preparó su espada...
—Sorpresa,
Pa’ —susurró Jack D. Reepper cerrando sus ojos para no abrirlos más.
Con
un fluido movimiento la afilada hoja se movió en curva hacia el elegante cuello
cubierto de sangre negra.
El
tajo fue tan preciso, que la cabeza se desprendió del cuerpo sólo cuando este
cayó al suelo de rodillas.
Milésimas
de segundo después un intenso alarido llegó al Purgatorio erizando la piel de
los combatientes.
Un
grito de rabia.
Un
grito de dolor.
El
grito de un Padre que acababa de perder a su hijo favorito a manos de su
enemigo.
Iblis
pensó que el Arcángel frente a él se veía fatigado, y herido. Tenía algunas
laceraciones en sus brazos que bañaban sus extremidades de Lux Aeterna,
como una lumínica aura que parecía protegerlo. Pero estaba debilitándose. Sin
embargo en sus ojos brillaba una sed inagotable de justicia, que tal vez ni
siquiera su muerte lograría calmar.
Por
todos los infiernos que iba a ser la mejor maldita batalla de la historia.
—Arcángel
—dijo haciendo una dramática reverencia frente a Uriel—. Esperaba que de algún
modo hubieras ascendido en tu escala de Jerarquía, pero veo que sigues siendo
un simple Guerrero.
Uriel
negó lentamente con la cabeza.
—Soy
tu peor pesadilla —dijo.
Iblis
soltó una carcajada que Cadmo secundó mientras combatía a Rafael, cuyo
silencioso llanto parecía alimentar sus deseos de seguir luchando.
—Demuéstralo
—dijo Iblis guiñándole un ojo a Uriel antes de lanzar el primer ataque frontal
con su cuchillo de Metal Rojo.
De
forma magistral, Uriel evitó el asalto, inclinándose hacia adelante para agredir
las piernas del Demonio, pero éste predijo su movimiento saltando sobre su
lugar.
Estaban
exactamente igual que al principio.
—¿Te
das cuenta de que será batalla de nunca acabar, Guerrero? ¿Por qué no te rindes
y vas a hacerle compañía a ella?
La
respiración de Uriel se hizo tan violenta, que resonó a través del Purgatorio.
—¿Punto
sensible para ti? Lo siento, no me di cuenta.
Cadmo
soltó una carcajada que llegó a ellos como una brisa sobre un estanque, para
segundos más tarde ahogarse en un sonido básico y lamentable.
—¿Qué
me hiciste? —preguntó el demonio aferrándose a los brazos de Rafael, quien enterró
su Scramasax aún más profundo en el estómago del maligno, consiguiendo
con ello que su impecable armadura se manchara de la sangre negra que brotaba
por los labios de Cadmo. Su hermoso y masculino rostro estaba deformado por la angustia,
y sus ojos describían la sorpresa que sentía.
—Lo
que mereces. Nunca más te reirás de mi hermana, bastardo hijo de Satanás —dijo
Rafael entre dientes sintiendo como su mano ganaba calidez gracias al fluido
vital del Demonio, que al abandonar su cuerpo, lo helaba.
Cadmo
intentó articular alguna palabra, pero el Arcángel no le dio oportunidad. Con
un violento movimiento, sacó el cuchillo de su vientre y poniéndose tras él,
sujetó su cabeza con un brazo, y expuso su cuello para su encuentro definitivo con
el filo de la muerte.
—Ve
con tu creador —susurró Rafael soltando el cadáver, que se transformó en bruma
antes de tocar el suelo, justo frente a los ojos de Iblis.
El
Demonio gritó con rabia antes de lanzarse de cualquier manera hacia Rafael, sin
pensar en que su cuenta con Uriel aún no estaba saldada.
El
Arcángel utilizó sus Dagas Gemelas y de un par de limpios tajos, trazó una
enorme X en la espalda del Demonio quien se arqueó de dolor y giró sobre sus
talones para encararlo de nuevo.
—Nunca
despiertas de una pesadilla cuando lo deseas, ¿verdad? —susurró Uriel—. Aún no
termino contigo.
Iblis
se lanzó contra él sujetando su daga sobre su cabeza con ambas manos,
exponiendo sus puntos débiles: su pecho, su estómago, su cuello.
Demonios
arrogantes, habían aprendido a combatir mejor, pero no les habían enseñado a
mantener la cabeza fría ante una pérdida.
Eran
sólo un hato de músculos sin cerebro.
Uriel
giró de forma elegante cortando un par de líneas paralelas en el estómago de
Iblis, y giró de nuevo elevándose un poco más para cercenar sus manos.
El
artefacto de Metal Rojo, aún sujeto por sus dedos, tintineó en el suelo frente
a ambos.
El
alarido de dolor lanzado por el Maligno le erizó la piel, pero la sensación no perduró.
Se
disipó paulatinamente después de silenciar su voz, cortando su cabeza con un
rápido movimiento de su brazo izquierdo.
Sin
perder tiempo pensando en su victoria, caminó a través del humo negro de Iblis
para llegar a 8. Se puso de rodillas junto a ella, y la sujetó por la espalda y
la nuca antes de elevarla ligeramente del suelo.
Su
piel era casi traslúcida, perlada, y su temperatura había descendido hasta el
límite del no retorno.
Dios,
había llegado tarde... tan tarde...
—No
puedes hacerme esto, 8. No puedes...
Un
ligero suspiro escapó por los pálidos labios de la Guerrera, antes de
repetirse.
No
era un suspiro, era una risa.
8
abrió un poco los ojos y le dedicó una sonrisa torcida.
—¿Qué
haces aquí, mequetrefe? ¿Acaso no te das cuenta de que estás en medio de una
guerra? Te van a clavar al piso como le pasó a Zadquiel.
—Cierra
la boca —susurró Uriel con los dientes apretados.
—Claro
que no... Ahora puedo joderte la vida, y no me voy a ir sin darme ese gusto.
Uriel
observó a la mujer en sus brazos y se maravilló con lo hermosa que se veía. La Lux Aeterna que había perdido, flotaba
sobre ella en una especie de bruma que la hacía ver ligeramente luminosa.
—Siempre
me has jodido la vida, 8.
—Yo
solía... admirarte —susurró ella haciéndolo sonreír.
Era
algo que él le había dicho justo antes de fusionar su fluido con el suyo.
—¿Sí?
—Sí.
Cuando no tenía idea de lo que pasaría conmigo, mientras me pasaba los... días
autocompadeciéndome como un enfermo terminal... ¿Ya ves? El fin llegó.
—Deja
de hablar estupideces, 8.
Ella
lo ignoró y estiró su mano hacia su hermano.
—Rafael
—susurró. Rafael estuvo a su lado en un instante, mientras uno de los
Guardianes, 112105, con un extraordinario látigo plateado, se hacía cargo de
los Demonios que los rodeaban.
—Hermana.
Ella
sonrió ligeramente y levantó la palma para acariciar la masculina mejilla.
—Te
quiero —susurró.
Rafael
pasó saliva dificultosamente mientras una lágrima resbalaba por la cuenca de su
ojo hacia su nariz. Se deslizó hasta la punta y finalmente cayó al suelo
rompiéndose en diminutas gotas.
—Yo
también te quiero.
—Mejor
yo que tú, ¿eh?
—Mejor
ninguno —susurró el Arcángel.
—El
Paraíso te necesita. —Clavó sus ojos bicolores en Uriel—. A ambos.
—Pero
yo te necesito a ti —susurró Uriel arrugando el ceño. 8 sonrió de nuevo
mientras un par de lágrimas se resbalaban por sus sienes. Cerró los ojos con
fuerza y gimió dolorosamente aferrándose a los antebrazos del Guerrero que la
sostenía. Respiró profundo y haciendo acopio de su última reserva de fuerza
pasó saliva y concentró su mirada en Uriel.
—Eres
una de las cosas más hermosas en el universo, Guerrero.
—Tenías
que decirlo sólo hasta ahora, ¿verdad?
8
sonrió de nuevo y cerró los ojos dejando su peso muerto sobre los brazos de
Uriel.
—¿Cuánto
más vas a hacerme esperar por ese beso?
Uriel
unió su boca con la de 8 y presionó levemente evitando lastimarla. La Capitana, su Guerrera,
entreabrió los labios y ejerció un poco más de presión.
Luego,
Uriel no la sintió más.
8
se desvaneció dejando una estela de polvo plateado en donde antes había estado
su cuerpo. Segundos después, la ceniza brillante desapareció sin dejar nada de
sí, salvo un penetrante aroma a victoria.
La
visión de Gabriel tuvo sentido de inmediato.
La
Lux Aeterna de una Guerrera, había
bañado las armas de sus hermanos.
Y
había sido un augurio de su victoria.