Ernest Cline, con su asombrosa y envolvente narrativa, logró
crear la novela perfecta para gamers y geeks en general.
Basando su historia en un universo cibernético, el autor nos
presenta a Parzival (Wade Watts), un geniecillo de 18 años persiguiendo un
sueño aparentemente inalcanzable para un simplón como él.
El asunto es este: El monstruo de las telecomunicaciones James
Halliday, creador de exitosos videojuegos y programas de sistemas, muere, dejándoles
un último desafío a sus millones de seguidores: encontrar un Easter Egg escondido
en Oasis (un mundo de realidad virtual, gratuito y respetuoso con el anonimato
de quienes quieren conservarlo).
Sin embargo, el panorama no es tan maravilloso. Bajo la
premisa de “mejorar” el programa, la compañía IOI (Innovative Online
Industries), quiere privatizarlo, para controlar la totalidad del sistema y
joderle la vida a los pobretones como Wade.
¿El resultado? La lucha de miles de Egg Hunters, o “Gunters”
(como se hacen llamar) alrededor del mundo, para encontrar el Easter Egg antes
que los hackers que vendieron su alma a IOI.
Además del encantador Parzival, tenemos a Aech, su mejor
amigo, de lengua afilada y mente rápida; a Art3mis, una pseudo-amazona de
cerebro envidiable; a Daito y Shoto un par de cyber-guerreros japoneses, y, cómo
no, al villano... O bueno, al representante de la compañía que quiere acabar
con la utopía: Nolan Sorrento, el despreciable y arrogante oficial de IOI.
Con un ritmo vertiginoso, Ready Player One se deja leer con fluidez,
encontrando pocos obstáculos en su camino. Cada personaje está perfectamente
diseñado y explicado, aún a pesar de los ligeros desencantos en algunos de
ellos.
Recuerdos de los 80’s y 90’s asaltan al lector a través de
la historia, logrando una identificación inmediata con los protagonistas.
A los no-gamers (como yo), les auguro varias pausas para
investigar referencias, pero más allá de eso, van a disfrutar la novela como el
viaje extraordinario que es.
Un viaje inolvidable, por demás.
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